Temas para vivir mejor

¿SI PUDIERAS… SI TUVIERAS?


¿SI PUDIERAS… SI TUVIERAS?

 

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Si tuviera 10 kilos menos… si tuviera más dinero… si mi pareja fuera… si mis hijos… si mi jefe…entonces yo sería feliz, o haría tal cosa o dejaría de hacerla.

 

Me impresiona como muchas personas tienen la tendencia a poner condiciones a su felicidad, a su paz y crecimiento interior y a sus actos de generosidad y solidaridad.

 

También me impresiona la otra faceta de este “si pudiera… si tuviera…” Me refiero a la fuerte tendencia a engañarnos a nosotros mismos afirmando que si tuviéramos dinero apoyaríamos tal causa o lo compartiríamos con tal persona; que si tuviéramos tiempo haríamos ejercicio o colaboraríamos en cierta actividad; que si pudiéramos cambiar esto o aquello, lo haríamos.

 

La verdad es que si de veras queremos dar, damos; si en realidad queremos ayudar, ayudamos; si de veras queremos hacer, hacemos. Y cuando no, es sencillamente porque no tenemos la voluntad… así de simple.

 

En una ocasión, un médico me dijo que si no estuviera casado y con hijos, se iría a misionar a África para curar a los niños pobres, porque su corazón tenía sed de ayudarlos.  “¿Y por qué no ofreces tus servicios  aquí en tu ciudad, para atender a niños enfermos y pobres y así saciar la sed de ayudar que tiene tu corazón, en lugar de dar por hecho que sólo si tu esposa e hijos no existieran podrías hacerlo?” le pregunté, obteniendo como respuesta un simple: “pues sí, podría ser…”

 

En otra ocasión, acudió a consulta una joven bulímica con fuertes conflictos con su controladora mamá y en un estado de avance de su enfermedad, que requería apoyo inmediato de un equipo interdisciplinario de profesionales (psiquiatra, nutriólogo, gastroenterólogo, además de mi atención psicológica) o mejor aun, internación en una clínica especializada en este problema.  Después de la primera sesión, le llamé a la mamá para citarla con el objeto de plantearle la situación y tomar decisiones al respecto. En esa llamada, me hizo hacer malabares en mi agenda hasta encontrar un día y hora que le acomodaran, porque todas las que le ofrecía las rechazaba. Las razones: “ay, ese día tengo un desayuno” “Uf, tengo cita con mi nutióloga” “¡Imposible! Viene el carpintero a instalarme una alacena” “Tampoco puedo, es cumpleaños de mi vecina y ya me comprometí a ir”. Ante mis propuestas de que cancelara, reaccionaba con total negativa.

 

El día que “me hizo el favor” de acudir a la cita, y después de plantearle y explicarle los resultados de mi evaluación del caso y las acciones que yo consideraba urgentes de tomar, se mostraba renuente a aceptarlo.  Pero lo que más me impresionó fue su reacción cuando le dije que necesitaba que viniera a varias sesiones junto con su hija.  Eso le molestó y comenzó a quejarse diciendo que porqué siempre se le echa la culpa a la mamá, (cuando yo no había hecho eso en absoluto), que ella tenía muchas cosas que hacer, que asistir a terapia con su hija cada semana le iba a trastornar sus actividades.  Y seguía repitiendo más o menos las mismas cosas una y otra vez, acompañadas de marcados manoteos y una voz con tono de queja al punto tal que parecía que se le estaba asesinando.

 

Dejé flotando en el aire este asunto con la intención de retomarlo al rato, y seguimos hablando de otras cosas. En un momento dado se puso sensible y comenzó a llorar. Me dijo: “daría lo que fuera por que mi hija se aliviara y fuera feliz. Si el mismo Jesucristo se me apareciera y me dijera que si le doy mi vida mi hija se cura, lo haría de inmediato. Lo que más deseo es que se cure…”  Entonces le dije: “es extremadamente improbable que Jesucristo se te aparezca  y te pida tu vida a cambio de la salud de tu hija, pero lo que sí puedes hacer por ella, que es venir a terapia y tener la disposición de seguir mis indicaciones para que le encontremos la ayuda profesional que necesita,  eso no lo quieres hacer. Estás dispuesta a darle tu vida a Jesucristo si te la pide, a cambio de la salud de tu hija, pero sabes bien que eso no va a suceder. Y lo que sí puedes hacer aquí y ahora en la vida real, para que se cure, no estás dispuesta a hacerlo.”

 

¡Cómo nos encanta hacernos tontos (por no decir otra palabra que se me antoja más) y ponerle absurdas condiciones a la vida para hacer algo! ¿Por qué simplemente no reconocemos que no queremos ayudar, que no queremos hacer, que no queremos compartir, que no queremos cambiar y en pocas palabras, que no nos queremos incomodar? En lugar de perder tiempo y esfuerzo elaborando excusas -a veces hasta refinadas- para disfrazar esa simple verdad. 

 

Volvámonos auténticos y congruentes. Dejemos de hablar de lo que haríamos si pudiéramos o daríamos si tuviéramos, y mejor hablemos y actuemos sobre lo que sí podemos dar, lo que sí podemos hacer,  lo que si podemos cambiar aquí y ahora, en nuestras circunstancias y con nuestra realidad, tal como nos lo sugiere  Teodore Roosvelt: “Haz lo mejor que puedas, con lo que tengas, en donde estés”.

 

 

 

 

 

 

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