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¿POR QUÉ LAS MUJERES NOS TENEMOS ENVIDIA?


¿POR QUÉ LAS MUJERES NOS TENEMOS ENVIDIA?

 

 

Las mujeres podríamos apoyarnos unas a otras de una manera maravillosa. Parece ser que nuestras antecesoras de generaciones anteriores se prodigaban ese apoyo de manera natural, en diversas áreas de la vida. Me entristece la  marcada rivalidad, competencia y envidia que encuentro entre mis congéneres, y que se manifiesta a través de la crítica, la descalificación, el chisme y el juicio. Al parecer nos hemos convertido en enemigas.

 

En mi opinión, esto se debe a varias circunstancias que a continuación mencionaré y que simplemente no existían en generaciones anteriores; al ser nuevas para nosotras no hemos aprendido a manejarlas  todavía y generalmente ni siquiera somos conscientes de ellas.

 

Aunque en todos los casos existen excepciones, una de las grandes áreas de rivalidad entre las mujeres es sin lugar a dudas, la relacionada con el matrimonio y el divorcio.  Las mujeres casadas desprecian en alguna medida a las divorciadas, considerándolas fracasadas, así como peligrosas amenazas potenciales en relación a su marido. Las divorciadas desprecian en alguna medida a las casadas, al considerarlas cobardes y débiles por no atreverse a terminar la relación  disfuncional en la que muchas de ellas viven.

 

En el fondo, lo que hay es envidia. Las casadas envidian a las divorciadas por la libertad que tienen, la fuerza interna y valentía que necesariamente han tenido que desarrollar para afrontar la situación y salir adelante, a veces en circunstancias muy difíciles, y también por la posibilidad de iniciar una nueva relación de pareja, o muchas, si así lo deciden. Las mujeres divorciadas por su parte, envidian a las casadas por todas la ventajas que implica el serlo, como la imagen social y el tener el apoyo económico y moral de un marido.

 

En el aspecto físico, existe una fuerte presión social que recae sobre las mujeres en general, y que nos ha convencido de que TENEMOS que ser hermosas, delgadas y siempre jóvenes. Antes, las mujeres tenían el permiso de tener el abdomen y los senos fláccidos que deja la maternidad, y las canas y arrugas que otorga el paso del tiempo. Ahora ya no se vale y pareciera que tenerlos es motivo de vergüenza y de crítica por parte de otras mujeres. Esa presión social se internaliza y se convierte en auto presión, la cual hace que muchas se sientan “obligadas” a someterse a toda clase de cirugías plásticas para “llenar los requisitos”, para cumplir con los estándares, para ser dignas, para merecer ser respetadas, valoradas y amadas.

 

Por si fuera poco, dicha presión social tiene otras facetas: nos exige –como lo mencioné- ser  hermosas, con una cara y un cuerpo maravilloso, firme y joven, pero además “debemos” ser muy inteligentes, excelentes cocineras, parejas comprensivas y apoyadoras, buenas madres y amas de casa, maravillosas amantes, siempre muy bien arregladas,  mejor aun si aportamos algo a la economía familiar, y hasta buenas conductoras.

 

Si bien es cierto que hay mujeres que fueron bendecidas con prácticamente todas esas cualidades (y más), la mayoría no.  Así pues, las hermosas envidian o desprecian a las inteligentes; las inteligentes a las hermosas; las excelentes cocineras a las que son capaces de generar dinero y estas a su vez, a las buenas madres y amas de casa, etc. etc. El hecho pues, de que tengamos que llenar todos los requisitos y ser perfectas, nos confronta dolorosa y bruscamente con la realidad de que no lo somos y esto a su vez nos vuelve enemigas de las poseedoras de aquellas cualidades de las que carecemos.

 

Todo esto se ha convertido en una gran fuente de envidia y competencia entre nosotras.

 

Las mujeres nos criticamos y juzgamos con mucha facilidad las unas a  las otras, sin entender la gravedad de este comportamiento, ya que cada juicio emitido a una de nuestras congéneres, no sólo le impone a ella una carga que le hace más difícil la vida, sino que nos afecta a todas como género. Seamos conscientes o no, -debido a los sutiles hilos que nos conectan a las unas con las otras (el inconsciente colectivo femenino)-, cada una nos llevamos una tajada de los fracasos y victorias, los gozos y sinsabores, los aprendizajes y experiencias de nuestras compañeras de la vida.

 

Mi propuesta es que hagamos un cambio radical en éste asunto; que dejemos de criticar a otras mujeres, y en su lugar les reconozcamos sus logros, les expresemos cosas positivas respecto a sí mismas y las apoyemos sin juicios tanto en sus momentos difíciles como en sus éxitos. Así podremos crear ese oasis llamado “solidaridad”, que ofrece cobijo, apoyo y consuelo para todas.

 

Existe una maravillosa e impactante película que te recomiendo mucho ver. Es una historia de la vida real, que muestra el poder de transformación que la energía femenina armonizada y solidaria es capaz de lograr.  Su nombre en español es: “un largo camino a casa”.

 

La fuerza que las mujeres unidas somos capaces de generar, puede cambiar al mundo.

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