Temas para vivir mejor

Háblales de LO QUE SÍ, en lugar de LO QUE NO… Y a todos por igual


Durante una conferencia que impartí dirigida a madres y padres, pedí a los más de 1000 asistentes que alzara la mano quien ese día le había llamado la atención, corregido o regañado a alguno de sus hijos, por algo incorrecto que hizo.  Podría decir que a ojo de pájaro, observé casi todas las manos levantadas.  Enseguida pedí que lo hicieran aquellos que ese día hubieran dicho a sus hijos algo que les agrada de ellos, o felicitado por lo que hicieron correctamente.  Las manos levantadas fueron tan pocas, que de haberlo querido, podría haberlas contado sin dificultad alguna.  

 

Esta situación se da constantemente no sólo en la relación padres hijos, sino en las de todo tipo. Tenemos una enorme tendencia a hablar a nuestros seres queridos de lo que no nos gusta, de lo que no hacen bien, de lo que falta, y muy poco, o quizá nunca, de lo que sí.  

 

Las razones detrás de este comportamiento son diversas: a veces es que simplemente no se nos ocurre, ¡tan acostumbrados estamos a hablar sólo de lo que nos disgusta!; en otras ocasiones, es por puro orgullo y soberbia. ¿Cómo te voy a decir algo que te va a hacer sentir bien?  ¡Imposible! Cuando se tiene un gran resentimiento acumulado, no se desea hacer NADA que pueda beneficiar a la persona en cuestión, aun cuando por añadidura, también beneficiaría al emisor del comentario. En ocasiones incluso, el no decir nada bueno perjudica a ambos, pero el orgullo y la soberbia pueden más, y estos se vuelven los directores de las acciones. 

 

Hace unos días estuve en una reunión en la que se encontraba un hombre de esos que “no sueltan el micrófono”; hablan, hablan y hablan hasta que un valiente les arrebata la palabra. Y hay que arrebatárselas, porque de otra manera no la sueltan. Me da la impresión de que esas personas nos ven a todos los demás como grandes orejas cuyo único propósito en la vida debiera ser, escucharlos.

 

En fin, el hecho es que en algún momento de su largo monólogo, el hombre dijo en tono de broma, que cuando le hace algún halago a su esposa, ese día o al siguiente  le cocina algo que le encanta, lo atiende de maravilla y se pone muy romántica y complaciente. Uno de los presentes comentó: “pues deberías proferirle halagos más seguido”, a lo que el hombre respondió: “¡de ninguna manera! Porque me debe muchas, y si lo hago va a creer que ya se las dejé pasar”.  Bueno… clarísimo ejemplo de alguien que se castiga a sí mismo, por querer castigar al otro, y que con tal de no beneficiar al otro, tampoco a si mismo. 

 

Bien decía mi maestra Emma: “No vayan a ser como el loco: ‘¡no como, amuélese quien se amuele!”.  

 

Existen otras razones por las que no expresamos a otros nuestro reconocimiento. Un padre con infinidad de trastornos de personalidad, tiene un hijo de 13 años y una esposa que -por haber vivido a su lado- han desarrollado ciertos problemas emocionales. Sin embargo, la esposa y el hijo han estado haciendo un excelente y profundo trabajo terapéutico cuyos beneficios son innegables, tales como: importantes cambios en su estado emocional, sus reacciones y comportamientos y su estado psicológico en general.

 

El padre, en lugar de reconocerles sus avances y logros, se pasa el día diciéndoles que no han cambiado nada, que la terapia no les ha servido de nada, y cuando le “enlistan” las notorias mejorías en diversos aspectos de su vida, el padre se da la media vuelta sin decir palabra, como si de pronto se hubiera quedado sordo y mudo.

 

Es muy frustrante y doloroso para el hijo, que su padre le esté saboteando su proceso terapéutico  y descalificando constantemente sus logros. Para la esposa también por supuesto.  La razón que mueve a este hombre a comportarse así, es que él mencionó desde el inicio del proceso de su familia, que no creía en la terapia. Y ante la súplica de su esposa e hijos, de que reciba ayuda profesional porque es casi insoportable vivir con él y sus problemas de carácter, él se comprometió a que iría a terapia si veía que a su hijo y esposa le servía.  Entonces, el día que les reconozca sus logros, tendrá que involucrarse él mismo en un proceso terapéutico; cosa que le da pánico porque tiene una muy dolorosa historia de infancia, plagada de sentimientos devastadores  que le da miedo tocar. ¡Bien digo con tanta frecuencia que la terapia es para valientes! Entonces, mejor descalifica a su hijo y esposa, y en lugar de aplicarse en sanar sus conflictos psicológicos, les hace la vida miserable a sus seres queridos que lo tienen que soportar. ¡Eso sí que es injusto!

 

En fin, si la retroalimentación positiva trae tantos beneficios; si lleva a quien la recibe a desear mostrar más esa conducta por la cual ha sido halagado; si hace sentir tan bien al emisor como al receptor, ¿por qué no lo hacemos más seguido? 

 

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