Temas para vivir mejor

RECUERDA CUÁNTO LO AMAS Y DÍSELO


Cuando mi hijo Francisco tenía unos 16 años llegó un día con una arracada en la oreja derecha; me sorprendí al verlo y debo confesar que me sorprendí más al ver mi reacción, me creía menos prejuiciosa y más “moderna”  pero  en realidad me disgustó enormemente su gracia. Mi primera reacción fue decirle:

         -¿por qué hiciste eso?  ¿cómo vas a andar por ahí con ese arete?- y seguramente otra serie de reclamos que por conveniencia o por cualquier otra razón he olvidado.

 

         Él, bien armado con todos sus argumentos de adolescente, y fortalecido con el apoyo de su hermana Marcia, dos años mayor, inició su defensa: 

         -mamá, lo hice simplemente porque así lo quise, porque me gusta, porque es mïiii vida, miiii cuerpo, miiii oreja. 

         Al mismo tiempo, por si no me había quedado claro, su hermana enfatizaba: 

         -claro mamá, es suuuu oreja- y  dicho esto se dieron la media vuelta y se fueron dejándome con la segunda parte de mi sermón en la punta de la lengua.

 

         Otra confesión: me tomó un buen rato asimilar el asunto, de hecho, mi consternación no desapareció hasta que entendí “la parte oculta” de lo que me estaba pasando. Entonces mi enojo y frustración bajaron considerablemente y pude tocar de nuevo el gran amor que siento por mis hijos.   Lo llamé, vino junto a mí y le dije: 

         -hijo aún cuando te hayas colgado ese arte o te falten varios por colgar, te sigo amando muchísimo; es verdad que no me gusta, me encantaría que te lo quitaras, pero con arete o sin él te amo hijo. 

 

         El cambio en su lenguaje corporal, su expresión, su voz, me mostraron que había tocado su corazón desde mi corazón, y  como era de esperar, de ahí en adelante me incomodó mucho menos el arete; hasta le conseguí una cajita para que lo guardara en la noche y no se le perdiera.  Y dicho sea de paso, a las tres semanas se enfadó y se lo quitó, quedando en el pasado ese evento de los muchos que vivimos juntos a lo largo de su agitada e intensa adolescencia.

  

         Permíteme compartirte qué descubrí en esa revisión de la “parte oculta”. Me preguntaba por qué algo que no era trascendente me importaba tanto.  Mi concepto de trascendente en este contexto es todo aquello que le daña a sí mismo, daña a otros o tiene repercusiones importantes dentro de uno, cinco o diez años, es decir, que afecta negativamente su vida presente y futura. 

 

         Desde este punto de vista el asunto del arete no era trascendente, entonces ¿por qué me molestó tanto?  Descubrí que según mis propios prejuicios y paradigmas, un muchacho con un arete era algo muy desagradable, por lo tanto me daba vergüenza que miiii hijo trajera un arete; me daba vergüenza con mis pacientes, con mis alumnos, con mis amigos y temía las críticas de mi conservadora familia cuando lo vieran.  Me importaba mi imagen; me aplastaban el pecho mis prejuicios;  me asustaba el momento de oír los comentarios punzantes en tono de broma de mi familia. 

 

          Pero ¿qué culpa tenía mi hijo de que yo estuviera tan atorada en “el qué dirán”?  De que tuviera paradigmas tan estrechos para evaluar? Y lo peor del caso, tal vez ni siquiera iba a suceder todo aquel alud de críticas que yo suponía. Demasiadas veces he comprobado cómo la mayoría de las cosas que  suponemos que van a pasar, en realidad no pasan. Pero fue necesario hacer toda una revisión honesta para descubrir  esto, descubrir que estaba sacrificando el amor a mi hijo a cambio de “quedar bien”; descubrir que efectivamente, tal como él me lo dijo,  estaba en suuuu derecho de hacerlo puesto que a nadie afectaba; descubrir que en ese momento de mi vida estaba más llena de prejuicios y necesidad de aprobación de lo que yo había creído.  

 

         ¡Benditos maestros son los hijos!.   

 

         Cada vez que tú acompañas un reclamo o un regaño con la confirmación de tu amor, estás verdaderamente formando a tu hijo, no significa que le des por su lado, que te reprimas a ti mismo, sino que, aún cuando le expreses tu enojo, tu furia o tu simple desacuerdo, también te recuerdes a ti y le recuerdes a él cuánto lo amas. 

 

         Es muy importante, sin embargo, que expreses ese amor cuando verdaderamente lo sientas y es muy probable que no sea en el momento en que estás tocando el enojo y la desaprobación. Tal como a mí me pasó, puede ser necesario esperar un poco o un mucho para sentirlo realmente y podérselo expresar, porque la congruencia entre lo que dices, y sientes es indispensable para que el mensaje llegue. 

 

         Mi alumna Maricela me comentó que la última vez que su hija reprobó un examen después de años de hacerlo, fue cuando ella le dijo:

         -estoy tan harta de tus reprobadas, tan desilusionada, tan enojada, pero a ti te amo muchísimo.

 

         ¡Claro! porque mucho más poderoso será ese mensaje de amor, cuando expresas que tu enojo o desaprobación es hacia ese determinado comportamiento (el arete, reprobar, no cooperar, etc.) y no hacia la persona de tu hijo.  Frecuentemente los padres, queriendo rechazar un comportamiento, rechazamos a nuestro hijo completito,  lo cual le deja el mensaje de “todo tú me desagradas” en lugar de “tu comportamiento me desagrada”.

 

         Expresar verbalmente nuestro amor es un camino infalible para estrechar significativamente la relación con nuestros hijos , no necesita haber razones para hacerlo, sólo el querer. A veces los padres les hablamos demasiado de lo que no nos gusta de ellos, de lo que hacen mal, y casi nunca de lo que sí nos gusta,  lo que sí hacen bien y cuánto los amamos.

 

         La parte de la cual le hablas a una persona es la que te va a mostrar; háblale de su sombra y te mostrará su sombra, háblale de su luz y te mostrará su luz. Esto en psicología se llama reforzamiento, en la vida se llama sincronicidad.

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