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¿POR QUÉ QUEREMOS HIJOS “PERFECTOS”?


¿POR QUÉ QUEREMOS HIJOS “PERFECTOS”?

 

 

Los padres en general tenemos una enorme necesidad de parecer perfectos ante los ojos de los demás. Muchos, en lugar de reconocer y atender los problemas familiares, los ocultan a costa de lo que sea, para que nadie se entere y aparezcan como “la familia perfecta”, “la familia feliz”.  Con mucha frecuencia también, se sacrifica el amor, la autoestima o el bienestar de los hijos, con tal de que estos sean vistos como “perfectitos” quienes a mí en lo personal me preocupan tanto. Sí, en realidad me preocupan los hijos “perfectos”, esos que nunca desobedecen o cuestionan las normas aunque sean absurdas y castrantes; los que SIEMPRE sacan dieses, que nunca fallan, y que en pocas palabras  son unos héroes.

 

Me preocupan porque viven bajo una intensa presión por mantener su perfección, porque de ella depende no sólo la autoestima de sus padres y el valor que se conceden a sí mismos. Los hijos “perfectos” le dan sentido a la vida de sus padres y al hecho de que permanezcan juntos. A costa de su propia paz mental, o salud física, TIENEN que seguir siendo héroes y obteniendo un diez en todas la áreas de la vida.

 

Los padres de hijos “perfectos” los presumen a diestra y siniestra: sus calificaciones intachables, sus premios, sus grandes virtudes y todas las facetas de su perfección. Aunque en un nivel puede resultar muy gratificante para el hijo obtener tanto reconocimiento de sus padres, en otro nivel, más profundo, estos hijos viven en una tremenda presión, sabiendo que si fallan, causarán una gran desilusión a sus padres. Sienten también que el amor de estos se debe a que son perfectos, y temen que si dejan de serlo, corren el riesgo de perderlo.  Los hijos “perfectos” experimentan constantemente  un altísimo grado de estrés, y este siempre es la fuente de somatizaciones físicas y conflictos emocionales que se pueden complicar.  Es imposible sostener ese grado de estrés constante, sin que afecte otras áreas de la vida.

 

Esa necesidad de que los demás nos vean como padres perfectos, que educan hijos perfectos, se manifiesta de muchas maneras en la vida cotidiana.

 

Hace poco una madre me contó que fue a una boutique con su hijo de 3 años.  La empleada de la tienda le preguntó a su niño cómo se llamaba. El niño no estaba humor y por más que la empleada preguntaba, él simplemente no contestaba.  La mamá comenzó a sentirse avergonzada y preocupada  de que la empleada creyera que su hijo era un niño maleducado, y por lo tanto, ella no era una buena madre.  Un par de minutos después, la empleada le regaló al niño una paletita de dulce.  La mamá le dijo: “dile gracias mijito”, pero el niño no dijo una palabra.  Cuidando que la empleada no la viera, le daba pequeños pellizcos al niño mientras le decía: ¡“dile gracias mijito”!, pero al chiquillo simple y sencillamente no le daba la gana hacerlo. La preocupación de la madre porque la empleada pensara que era incapaz de educar a su niño como Dios manda, creció a tal punto, que mejor se salió de la tienda y se olvidó de las compras.

 

Ya en el coche, comenzó a regañar “muy feo” –según dijo ella- a su niño por maleducado y feo y mula y… otros adjetivos más desagradables que le expresó con un tono de voz nada dulce.  Cuando el niño empezó a llorar, ella se dio cuenta de lo que estaba sucediendo; de que lo que la había alterado tanto, era su preocupación de ser vista como una mala mamá que no sabe educar a su hijo.  “Martha, -me comentó-, ni siquiera conozco a esa mujer, ni tengo aprecio por ella, ni la voy a volver a ver en el resto de mi vida… ¿cómo es posible que pellizqué, le grité y ofendí a mi hijo, porque me estaba haciendo quedar mal frente a ella?”

 

Seamos conscientes de esto, para que la próxima vez que le llamemos la atención a un hijo o insistamos en que cambie algo, lo hagamos por amor a él, porque  es bueno para su vida, y no porque deseamos que sea “perfecto”, para nosotros parecer padres “perfectos”.

 

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