VERDADES SOBRE LOS HIJOS
Para una exploración profunda de éste tema, quiero invitarte a revisar los conceptos que trato en mi libro “Tu hijo, tu espejo”, que se refieren a la parte inconsciente de la relación padres-hijos. Y debido a que ahí los expongo ampliamente, en este espacio sólo hablaré de un aspecto que me conmueve y duele sobremanera y que desafortunadamente se presenta constantemente en nuestra vida. El hacernos conscientes de ello, el comprender el daño que causa, nos ayudará a dejar de hacerlo… si así lo decidimos.
¡Por favor no uses a tus hijos!
Como seres humanos que somos, cargados de defectos como de virtudes, de sombra como de luz, llevamos a cabo constantemente este tipo de comportamientos tramposos y oscuros: usamos a nuestros hijos para castigar a otros, para vengarnos de algo, llenar nuestros vacíos o justificar nuestros comportamientos y decisiones. Pero para vivir en paz, crecer interiormente y poder liberar a nuestros amados hijos de las cargas que ésta actitud impone sobre sus espaldas, es preciso que reconozcamos esta verdad: ¡los padres usamos a nuestros hijos!
Cobrando “facturas” a través de nuestros hijos:
Las madres contra los padres
Este comportamiento es, lamentablemente, muy común en las relaciones de pareja: las madres con mucha frecuencia le cobran a sus esposos “las que les debe”, hablándoles mal de su padre a sus hijos y logrando con esto que ellos lo rechacen, desprecien y hasta odien.
Las madres que se hacen las pobres víctimas y están constantemente criticando a su marido y “dándole la queja” a sus hijos de todo lo que ese “monstruo” les hace, logran sin lugar a dudas el propósito que tienen: convencer a sus hijos de que ella es la buena y su padre es el malo, con los consecuentes sentimientos que los hijos desarrollan hacia él.
Esto funciona… ¡Funciona tremendamente bien!, y en efecto, el “malvado” padre tiene su merecido y recibe su castigo. Porque es muy, pero muy doloroso para un padre, sentirse rechazado por sus hijos y saber que ellos, lejos de admirarlo lo desprecian; lejos de amarlo le muestran de muchas formas su desamor que hasta llega a convertirse en odio.
Si tú eres una de esas madres, sabes muy bien que ésta estrategia funciona para cobrarte las que tu marido te ha hecho, pero permíteme hablarte de las consecuencias que esto tiene:
Los hijos, sean hombres o mujeres, ¡por su propio bien!, por su salud mental y emocional, ¡NECESITAN! amar a su padre, estar cerca de él, tener el permiso de admirarlo, y tienen el derecho a todo ello. Cuando has ensuciado su imagen ante ellos, cuando les has envenenado el corazón convenciéndolos de que él es un ser malo y despreciable, tus hijos reciben este claro mensaje que no les dices con palabras, pero que todos entienden: “¡prohibido amar a su padre! si lo aman a él, me traicionan a mí; ¿cómo van a amar a ese monstruo que me hace sufrir tanto?”
Y los hijos entran en una angustiante y dolorosa paradoja que los daña profundamente, la cual si le ponemos palabras diría algo así: “Necesito amar a mi padre, pero si lo hago, pierdo a mi madre. Si amo a mi madre pierdo a mi padre; si amo a mi padre pierdo a mi madre”. Para un hijo, no tener el permiso de amar a los dos, y verse obligado a elegir entre amar y tener a uno o al otro, es una de las más dolorosas y dañinas situaciones en la vida.
No me digas por favor lo que tantas veces he oído: “Ay, yo no les digo que odien a su padre o que está prohibido amarlo” ¡Claro que no! ¡Por supuesto que no lo dices con esas palabras! (eso sería por cierto menos dañino). Pero créeme que tu mensaje encubierto les llega claramente y responden a él.
Un paciente me mostró una hermosa y conmovedora carta que le escribió a su padre aquejado por una enfermedad terminal y me autorizó para exponer en éste libro un párrafo, donde le decía:
“Lo que más lamento, lo que desgarra de dolor mi corazón, es que hasta que fui adulto pude ver que no eres malo como me enseñaron a creer. Hasta hace poco pude entender tu profundo dolor por mi rechazo y por mi falta de respeto y de amor hacia ti. Tú te irás y yo me quedo devastado de tristeza por no haberte tenido, por haber vivido como huérfano sin serlo; por no haber sido capaz de ver lo valioso que eres; porque me alejé y cerré para ti las puertas de mi vida. Y ¡te necesitaba tanto! ¡Cuántos años desperdiciados! Que Dios me ayude a sanar el coraje que siento hacia mi madre por haberme envenenado contra ti.”
Eso sucede mi querida lectora. El veneno que creamos se nos regresa, el resentimiento que sembramos en el corazón de nuestros hijos se vuelve contra nosotros. La vida es así… es simple ley causa-efecto.