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EL RECHAZO Y SUS MASCARAS


EL RECHAZO Y SUS MASCARAS

 

 

      El rechazo es ese ácido caliente que se cuela en cada espacio de nuestra relación con el hijio rechazado, esa espina que se clava en el corazón, y duele, y que no nos atrevemos a tomar con las dos manos como es necesario para poder sacarla, porque tememos resultar heridos, pero el rechazo en sí mismo hiere tanto, quema tanto, duele tanto, que ni aún el dolor de reconocerlo es comparable con el dolor de seguirlo cargando.

 

      ¿Por qué un padre podría sentir rechazo por un hijo?  La primera razón es su condición humana; el padre es un ser humano con una historia personal, con limitaciones, con necesidades insatisfechas, con miedos, con conflictos. Un padre puede sentir rechazo hacia un hijo eso es verdad,   por razones a veces  muy simples y a veces dramáticas, pero mientras más claro esté ese sentimiento para el padre, y más pronto lo reconozca, más pronto podrá hacer algo para curarlo y dar paso al amor.

 

      A continuación expongo las situaciones de rechazo del padre hacia el hijo, que en mi práctica profesional he encontrado más comúnmente:

 

 

Ser del sexo opuesto al que el padre deseaba:

 

      -Tú debiste ser hombre- repetía constantemente el padre de Paty desde que era una niña pequeña, de hecho a veces la llamaba ‘cariñosamente’: “mi muchachito”; ella lo acompañaba a todas esas actividades que los hijos varones comparten con sus padres, como el futbol, la cacería y la pesca.

 

      En ese entonces, Paty estaba casada desde  hacía 5 años, sus problemas con ovarios y matríz que la acosaban desde la adolescencia, habían alcanzado niveles de gravedad, no había podido tener hijos a pesar de múltiples tratamientos médicos y su menstruación era un desastre que aparecía siempre de forma inesperada, inconstante y acompañada de innumerables molestias y dolores.

 

      Su estado emocional era insufrible, plagado de cambios abruptos entre la tristeza, el coraje, la amargura y el miedo,. Su esposo a punto de dejarla, no soportaba más los arranques de su mujer y estaba profundamente desilusionado por no tener hijos.

 

      Pero ¿cómo puede una mujer embarazarse, sentirse felíz y tranquila, poseer órganos reproductores sanos y funcionales cuando cada una de sus células tiene registrado el mensaje de ”soy un error, estoy equivocada siendo mujer, soy inadecuada, debería ser hombre, eso sería lo correcto”.?

 

      A estas alturas de los avances médicos y  científicos sabemos de sobra la importancia que tiene el aspecto psicológico como determinante de una enfermedad o una disfunción orgánica, y cómo las mujeres que rechazan en una importante medida su femineidad, -de forma inconsciente por lo general-, presentan problemas en los órganos y funciones corporales que precisamente tienen que ver con la femineidad.

 

      Paty acudió a terapia por indicación de su ginecólogo, y afortundamente llegó cuando a Rubén, su marido, le quedaba todavía un poco de esperanza, un poco de energía para apoyarla “por última vez” como él mismo dijo  y cuando ella estaba dispuesta a seguir pagando cualquier precio material y moral, con tal de tener un hijo y sentirse felíz siendo quien era.  

 

      Esos recursos son el potencial idóneo para un trabajo terapéutico profundo y comprometido como el que Paty realizó para reconciliarse con su femineidad, con sus órganos y su cuerpo -hermoso por cierto- de mujer; para abrazar a su propia niña interior y decirle lo valiosa que era siendo mujer.  Y este trabajo comprometido y profundo siempre da frutos,  que para Paty y Rubén fueron una hermosa hija –la vida es tan sabia- y una redefinición de su relación en términos mas sanos y maduros, favorecidos por el enorme cambio de sentimientos y  actitud de ambos.

 

      A veces el mensaje de rechazo por ser del sexo no deseado no es tan claro, a veces se pierde en la sutileza de ciertos comportamientos casi imperceptibles, pero el inconsciente del hijo lo recibe, lo interpreta, lo integra y reacciona ante ello.

 

      En el caso de Paty, esas reacciones eran muy físicas y obvias, pero con frecuencia las consecuencias de este rechazo toman formas tan variadas como una constante sensación de inferioridad, depresión, inseguridad, frustración, confusión en su identidad, vergüenza, culpa, ira, de causas indefinidas, que se presentan sin una clara explicación.

 

      Conozco un fontanero quien siempre acude a prestar sus servicios acompañado de su hija veinteañera que hace las veces de su asistente. Al ver a la chica por primera vez a uno le toma algunos segundos identificar si es hombre o mujer, ya que su aspecto es el de un rudo muchacho, con su cabello   cortado  al estilo  del  hombre,  su  muy  holgado  overol de mezclilla –como para disimular las formas de su cuerpo-  y sus toscas botas negras, tan toscas como sus movimientos, su voz, sus gestos  y su andar.

 

     Me conmueve ver a esa mujer intentando inconscientemente representar la caricatura de un hombre, escondiendo detrás de su apariencia masculina a la mujer que es, seguramente para cumplir con las expectativas rotas de alguien que supone que debería haber sido hombre.

 

      Como siempre, los padres necesitan reconocer esto, para poder hacer su propio trabajo al respecto y lograr aceptar a su hijo, de cualquier edad y sexo, del cual se han sentido desilucionados por ser hombre o mujer. 

 

      Frecuentemente, cuando los padres tienen uno, dos o más hijos de un determinado sexo, esperan al siguiente con la gran ilusión de que sea del sexo diferente a  los otros, y ya sea que lo reconozcan abiertamente o no, sufren una decepeción cuando no es así.

 

      Es comprensible y normal que esto suceda, pero es indispensable que lo reconozcan en su propio corazón, para que  ese  rechazo no dañe o dañe lo menos posible a su hijo y a sí mismos.

 

      En una reunión de señoras a la que hace años asistí, estaba una joven mujer con su hijo de un año (el menor de tres varones). De vez en cuando sacaba de su bolsa un hermoso moñito lleno de listones y encajes y lo colocaba en el cabello de su niño mientras decía:

      -¡imagínense que hermosa sería si fuera niña!-. y Ante los regaños de varias mamás respondía: 

      -¡pero si no se dá cuenta, ni siquiera sabe hablar!-.

 

      A veces tiemblo ante la ignorancia de algunos padres al suponer que sólo las palabras dan mensajes a los hijos y que estos son tan tontos que no son capaces de entender, a cualquier edad, todo lo que decimos sin hablar.  

 

 

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