Temas para vivir mejor

CAMBIA TÚ LO QUE YO NO PUEDO CAMBIAR


CAMBIA TÚ LO QUE YO NO PUEDO CAMBIAR

 

 

Carla era una adolescente serena, bohemia, profunda, que prefería pasar los fines de semana sola, oyendo música clásica bajo la luz de la luna o las velas y el olor del incienso. Pensaba mucho, filosofaba mucho, escribía un diario que más parecía un compendio de poesía. Sus pocos amigos eran jóvenes bohemios y tranquilos como ella, y sus salidas eran a acampar en el bosque, a visitar museos o asistir al teatro a conciertos de música clásica. Profundamente identificada con su papá que era muy parecido a ella.

 

Esa era Carla.  Gina, su madre,  el reverso de la moneda; extremadamente sociable y extrovertida, siempre en la punta del agua, siempre presidiendo actos sociales  con un enorme entusiasmo.  

 

Si bien una buena parte de los conflictos que tienen padres e hijos adolescentes se deben al tema de las salidas y horas de llegar, en este caso era justamente lo contrario; Gina y Carla peleaban constantemente porque la mamá quería a toda costa que ella saliera a la disco como todos los demás adolescentes. Le pedía a compañeras de la escuela que le insistieran para salir y le ofrecía comprarle ropa si lo hacía; a veces suplicando, a veces exigiendo, a veces augurándole un futuro lleno de amargura y soledad,  el hecho es que Gina constantemente presionaba a su hija para que socializara de la forma que ella consideraba adecuada.  

 

Por más que comprendía  que Carla no estaba mal, que simplemente era diferente, que era un error suponer que la forma de ser de su hija era incorrecta y la forma de ella era la correcta, Gina sencillamente no podía dejar de presionarla y suplicarle que saliera y fuera a fiestas.  

 

Como ya comenté anteriormente, cuando un padre insiste con el hijo a tal punto, cuando parece casi obsesionado por cambiarlo y lograr que  haga eso que supone que debería hacer, no hay duda que hay algo más, algo que el padre está proyectando en el hijo de manera inconsciente.

 

Y así era en el caso de Gina;  su marido nunca la acompañaba a los múltiples eventos sociales a que  asistía, casi todos organizados por ella misma; no invitaban  amigos a su casa  y no  visitaban a nadie como pareja porque al marido no le gustaba socializar; Gina sufría por eso, ella verdaderamente deseaba que su esposo fuera más sociable y él deseaba que ella fuera menos; pero lo interesante del caso es que, al no poder cambiar a su marido, Gina inconscientemente se esforzaba y se aferraba en cambiar a su hija, (tan parecida a él por cierto), lo cual simbólicamente significaría:  “si no puedo cambiarlo a él, te cambio a ti’.

 

         En la relación padres - hijos esto es común, intentamos cambiar en nuestro hijo lo que no podemos cambiar en otra persona significativa para nosotros y más aun, lo que no podemos cambiar en nosotros mismos.

 

         Docenas de veces he escuchado en mi consultorio quejas de hijos a quienes sus padres les piden  que hagan o dejen de hacer cosas que ellos mismos no pueden: que no fume, cuando el padre es un fumador empedernido; que no diga “malas palabras”, cuando el padre constantemente las dice; que sea ordenado, cuando el padre es sumamente desordenado; que no diga mentiras, cuando el padre sí las dice; que no pase tanto tiempo en la computadora, cuando el padre lo hace en la televisión; que no agreda verbal o físicamente a sus hermanos, cuando el padre lo hace; que no grite, cuando el padre habla a gritos, y así hasta el infinito. Y aquí va el mensaje implícito: “Esto es mío, no me gusta, no lo puedo cambiar, cámbialo tú por mí”.

 

         No he conocido hasta el día de hoy un padre o una madre que no esté genuinamente interesado en inculcar valores a sus hijos, todos lo estamos, pero constantemente  olvidamos que los hijos  aprenden los valores de lo que los padres SOMOS no de lo que los padres DECIMOS.  De manera que, eso que quieres que tu hijo SEA, SÉ tú primero. Si quieres que tu hijo sea honesto, tú sé honesto, si quieres que tu hijo cuide su salud, tú cuida tu salud, si quieres que tu hijo sea compasivo, tú sé compasivo, si quieres que tu hijo sea generoso, tú sé generoso.  

 

         Nunca recuerdo haber escuchado a mi padre o a mi madre darme sermones respecto a la honestidad, tal vez nunca siquiera hablaron del tema, pero vi en ellos centenares de actos de honestidad y espontáneamente, sin darme cuenta, sin ningún esfuerzo, introyecté profundamente ese valor. 

 

         Como siempre, la autoconciencia es necesaria para evitar caer en éste tipo de dinámicas, o detenerlas si ya estamos metidos en ellas; el para qué ya lo sabes: tomar tú lo que es tuyo y resolver lo que a ti te toca resolver, contribuirá a una relación más sana y amorosa con tus hijos.     

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Facebook

Registro

REGISTRATE para recibir información sobre la autora y sus libros

Debes ingresar un correo