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Mecanismos de sobrevivencia de los niños golpeados


Mecanismos de sobrevivencia de los niños golpeados

 

 

Para poder soportar la hostilidad y el desamor del ambiente en el que viven, así como  el temor, el dolor físico y emocional que los golpes les causan, los niños desarrollan ciertos mecanismos de defensa para sobreponerse y poder seguir adelante con su vida. Por ejemplo: reír en lugar de llorar; retar al padre/madre diciéndole "no me dolió, pégame más fuerte"; reprimir las lágrimas y cualquier expresión de dolor, pretendiendo que no le importa, y un sinfín de variantes de estas reacciones. Lamentablemente, ellas provocan mayor ira en sus padres, la cual descargarán sobre la indefensa criatura. 

 

Como mencionamos con anterioridad, al niño no se le permite regresar el golpe o insultar al padre/madre; está obligado a reprimir su rabia, su frustración y su dolor. Todos los sentimientos reprimidos buscarán salidas sustitutas (patológicas) para manifestarse. En el caso que nos ocupa, es muy probable que los niños “se desquiten” de otras formas que si puedan hacerlo, por ejemplo, sacando bajas calificaciones, o haciendo cualquier otra cosa que moleste a los padres. 

 

En cierta familia, cuando los niños hacían algo inadecuado, el padre les daba a elegir  con qué querían que los golpeara: el cinturón, el lazo, el zapato o la mano. Uno de ellos siempre elegía la mano, no porque el golpe fuera menos duro con ella, sino para que a papá también le doliera; y más le dolería, mientras más fuerte golpeara. Esa es una de las muchas formas en que un niño puede desquitarse del dolor que su progenitor le inflige.

 

Cuando los golpes son parte de la vida cotidiana de un niño, es posible que llegue a creer que eso es lo normal,  y es hasta que crecen y ven en retrospectiva como producto de un proceso terapéutico o del simple hecho de desarrollarse y madurar, que se dan cuenta de la realidad del asunto, y de que el trato que recibieron no fue otra cosa más que ABUSO.

 

Los niños golpeados sienten un gran odio hacia sus padres, si no todo el tiempo, si en los momentos en que se están suscitando los golpes. El odio se da porque es normal sentirlo cuando se les lastima, pero además, sirve para enmascarar el profundo dolor y el miedo, ya que si entraran en contacto con ellos, quedarían devastados.  

 

¿Tú crees que los golpes (incluyendo los “de vez en cuando”) son formativos? La verdad es que no lo son. Aunque parece que modifican las conductas indeseables, ese aparente “cambio” se da sólo como reacción al miedo a ser golpeado, si lo vuelve a hacer. Pero cuando los padres no estén presentes para pegarle, la conducta se presentará de nuevo, porque no se ha pasado por un proceso de aprendizaje y motivación que lleve a un cambio real y permanente de dicha conducta. Es cierto que en algunos casos el haber sido golpeado de manera constante o una sola vez de forma traumática ante cierto comportamiento, puede erradicarlo definitivamente, porque el sistema neurológico del niño aprende a asociar dicha conducta con la consecuencia dolorosa que le trae. Aun así, eso no es formativo. 

 

Educar a un niño significa ayudarle a que desarrolle un sistema de valores y ética personal, que le lleven a elegir entre hacer o no hacer, por propia convicción, y no por el golpe que seguirá si hace o no hace. Un ser humano con una buena crianza, maduro, responsable y sano, es el que elige entre las alternativas que tiene, la más sana, la que respeta a si mismo y a los demás, por pura convicción, no por el castigo (cualquiera que sea), que le traerá el hacer lo contrario.

 

Una madre que es defensora de los golpes como método de crianza, me dijo que ella le pega a su niña y que ve cómo las amigas de su hija tienen ciertos malos comportamientos o no obedecen a sus madres, pero su hija no hace eso. “Entonces, ¡los golpes si funcionan!” me dijo en son de triunfo.  Claro que funcionan para que no haga esas cosas o para que te obedezca, porque te tiene miedo; porque le da terror lo que le espera si te falla. Eso, insisto, no es educar, ni formar, ni criar a un hijo sano. Y me pregunto si “terror” es lo que un padre o madre quiere despertar en sus hijos y si esa es la forma en que quiere ser recordado. Créeme, miedo no significa respeto. Y tenerle miedo a alguien siempre viene acompañado de rencor hacia ese alguien, son inseparables. Cuando tenemos miedo de quien es capaz de infligirnos dolor, también le tenemos rencor o incluso, odio.

 

Quizá te cuestiones: “bueno, pues si funciona ¿cuál es el problema?”. Te recuerdo que  no es formativo y que cuando “funciona” es como consecuencia del miedo, no de un proceso sano de aprendizaje y maduración. Y sea como sea, ¿por qué rayos suponemos que tenemos el derecho de golpear a un niño? ¿Por qué elegir ese camino, cuando hay otros más efectivos, movidos por el amor, y que evitan las culpas de los padres, los traumas de los hijos y el sufrimiento de todos los involucrados?

 

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Releo lo que he escrito hasta ahora en este capítulo… me percibo intentando afanosamente “convencerte” a ti, mi querido lector, de que ¡Con golpes no!. Tal vez te preguntes el porqué. Te responderé contándote lo que hace unos días un periodista me cuestionó cuando, ante su pregunta de qué estaba escribiendo, le hablé de este libro sobre el que ahora trabajo.

 

- “¿Fue usted una niña golpeada?” me preguntó. 

- “No lo fui en absoluto, mis padres nunca me golpearon” le respondí. 

- “¿Entonces, que le lleva a hablar de este tema con tanta pasión?” 

- “Simple y sencillamente… la impotencia y vulnerabilidad de los niños que si lo son y la rabia que me da el que se les maltrate.”

 

 

Algunos dicen que criaron a sus hijos con golpes (aunque fuera “de vez en cuando”) ¡y salieron bien!

Yo, como muchas otras personas,  no fuimos criados con golpes, ¡y salimos bien! 

 

Así las cosas, y suponiendo que los golpes no tuvieran ninguna repercusión en la vida de los niños,  ¿por qué optar por este método de crianza cuando hay otros? ¿Por qué elegirlo, si implica causar dolor y temor a un niño? 

 

Esta es la cruda respuesta, que repito a riesgo de ser una molestia: cuando se le pega a un niño,  no se tiene la intención de educarlo, sólo se está desahogando la frustración,  la rabia y los conflictos emocionales del padre que golpea. 

 

 

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Veamos a continuación, -con mente abierta- lo que numerosos estudios[1] muestran respecto a las consecuencias de ser criado con golpes.  Y por nuestra propia cuenta y  con toda la honestidad de que seamos capaces, analicemos en la vida propia o de quienes tenemos cerca y fueron niños golpeados, que SI hay secuelas.

 

Algunos expertos establecen una diferencia entre el término “abuso” y maltrato”, definiendo que el primero tiene una implicación sexual. En este libro usaré ambos términos dándoles el mismo significado, adhiriéndome de esta forma a las corrientes que no hacen una diferencia entre el uno y el otro. Elijo  esto porque no puedo concebir que el maltrato no sea abuso y que este no implique un maltrato del tipo que sea.

 

Existen diversos tipos de maltrato:

 

-       Sexual

-       Abandono o negligencia

-       Emocional/psicológico

-       Mendicidad

-       Corrupción

-       Físico  leve

-       Físico grave

 

El maltrato en todas sus formas, impacta en el desarrollo infantil. Muchos niños son víctimas de más de un tipo de maltrato. Es el físico sobre el que abundaré en este libro y también -porque son inseparables- sobre el maltrato emocional/psicológico. El maltrato emocional (aterrorizar, humillar, amenazar, ignorar, insultar) es visto como una variante del maltrato físico, pero sin el componente del golpe

 

Existen diversas formas de definir el abuso o el maltrato infantil, pero todas y cada una refieren el uso de la fuerza y del poder sobre alguien que es más vulnerable y menor de 18 años. El Diccionario de términos médicos de la Real Academia Nacional de Medicina, lo define así: “acción u omisión intencionada, llevada a cabo por una persona o grupo de personas, la familia o la sociedad, que afecta de manera negativa a la salud física o mental de un niño”

 

Todas las formas de maltrato tienen influencia en la infancia, la juventud y la edad adulta de todo niño que ha sido víctima del mismo. Algunos logran superar en gran medida los negativos efectos, y se desarrollan como personas con un buen grado de autoestima y salud psicológica, aunque normalmente esto sucede sólo cuando en la vida del niño existe aunque sea un adulto que lo ama y se preocupa por él. También el hecho de recibir atención profesional o involucrarse en cualquier tipo de proceso de curación en alguna etapa de su vida, le ayudará a superar –aunque sea en alguna medida-  las secuelas que el maltrato le dejó.

 



[1] Investigaciones realizadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), la UNICEF y otras personas e instituciones privadas y públicas.

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