Temas para vivir mejor

LAS ETAPAS NO RESUELTAS


LAS ETAPAS NO RESUELTAS

 

 

         Cuando MI hija Marcia tenía 12 años era verdaderamente difícil para mí aceptarla; si bien es una edad en la que es ya de por sí difícil lidiar con los jóvenes en su plena transformación física y psicológica, lo mío era diferente, había muchas cosas de ella que realmente me desagradaban: su forma de hablar, de gesticular, sus rabietas de púber, su apariencia física, sus cambios de humor; ¡me recordaba tanto a mí cuando tenía esa edad! 

 

         Estos sentimientos hacia mi hija eran muy nuevos para mí, aparecieron de pronto, y me dolía reconocer que los sentía;  me preguntaba dónde se había ido aquella muchachita que  antes tanto me gustaba.

 

         Esa adorable muchachita seguía ahí, pero yo  no  podía verla porque me obstaculizaba un enorme muro, mi propia pubertad con todos los conflictos  no resueltos que dejé en ella. Una etapa en la que viví un enorme rechazo hacia mí misma, un rechazo  proveniente tanto de personas muy significativas  como de mí misma, una etapa en la que nada de mí me gustaba, en la que mis necesidades emocionales eran enormes y no encontraba caminos para satisfacerlas.

 

         Y así pasaron los años, crecí, dejé la pubertad y la vida siguió su marcha,  dejando abierto ese enorme hueco.

 

         Así pues, cuando mi hija llegó a esa edad  todo aquel rechazo y desagrado que en mi pubertad sentía por mí misma, lo proyecté en ella, de forma tal que cada vez que la veía me veía a mí,  activándose en mi cuerpo y en mi psique todos aquellos sentimientos de auto rechazo.

 

         Me di cuenta además, de que cualquier joven de esa edad, de entrada me desagradaba y encontrar por la calle grupitos de ellos representaba para mí una verdadera molestia.

 

         Todo era mío, todo era mi proyección, pero hacerme consciente de esto fue muy importante, porque me di a la tarea de trabajar con esa etapa de mi vida, con mi púber interior que seguía latiendo en mí, que pedía ser sanada, que seguía necesitando amor y aceptación, ¿y quién mejor podría dárselo sino yo misma? Resultado: al sanar a mi púber interior poco a poco volví a sentirme en paz con mi amada hija.

 

         Una mujer que fue abusada sexualmente a los 5 años por su padrastro, entró en una profunda depresión cuando su hija llegó precisamente a esa edad; sin motivo aparente lloraba durante horas y atender a la niña le significaba un enorme esfuerzo. Evitaba en la medida de lo posible hablar o interactuar con ella y siempre que podía la enviaba a casa de los abuelos.

 

         Tener enfrente a su hija de 5 años le removía todas aquellas heridas sin sanar que llevaba dentro, todo aquel dolor, miedo y vergüenza de su propia niña interior que imploraba  ayuda y curación. Fue necesario trabajar profundamente con aquella etapa de su vida y los terribles eventos que vivió, para que pudiera sanar las viejas heridas y sentirse de nuevo emocional y físicamente conectada con su hija.   

 

         “En cada etapa del desarrollo de nuestros propios hijos, se advierten nuestras propias necesidades no satisfechas de desarrollo infantil. A menudo, el resultado es una desastrosa actuación como padre. [...] Cuando los sentimientos se reprimen, especialmente la ira y el dolor, ese pequeño se convertirá físicamente en un adulto, pero en su interior permanecerá ese niño airado y herido. Ese niño interno contaminará espontáneamente la conducta de la persona adulta.”[1]

 

          Afortunadamente podemos hacer algo al respecto, podemos curar a nuestro niño interior herido. Una de las hermosas ventajas de ser adulto es que ya no tenemos que depender de nadie que nos ponga los medios para sanarnos, que los podemos buscar nosotros mismos y existen alternativas realmente efectivas para lograrlo como la psicoterapia o maravillosos libros que te llevan de la mano en este proceso que bien vale la pena iniciar.(*)

 

         “Recuperar a su niño interior implica retroceder a sus etapas de desarrollo y concluir los asuntos pendientes.”[2]

 

         Una vez más comprobamos como nuestros hijos pueden ser verdaderos maestros si estamos dispuestos a reconocer nuestra parte de responsabilidad en lo que nos pasa con ellos o a través de ellos, que son nuestro espejo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] BRADSHAW  JOHN “Volver a la Niñez” Editorial Selector México 1991 p.24

(*) Recomiendo ampliamente el libro citado además del siguiente: “Cómo sanar las ocho etapas de la vida”   LINN Matthew, FABRICANT Sheila, LINN Denis. Editorial Promexa

[2] Ibidem p. 71

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