(...)Vuestros hijos no son vuestros. Son los hijos y las hijas del anhelo de la Vida por perpetuarse. Llegan a traves de vosotros, mas no son realmente vuestros. Y aunque están con vosotros, no os pertenecen.
Podréis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos, porque tienen sus propios pensamientos.
Podréis albergar sus cuerpos, pero no sus almas, porque sus almas moran en la casa del mañana, que no podéis visitar, ni siquiera en sueños.
Podréis, si mucho, pareceros a ellos, mas no tratéis de hacerlos semejantes a vosotros.
Poque la vida no retrocede, ni se estanca en el ayer. Sois los arcos para que vuestros hijos, fllechas vivientes, se lancen al espacio.
El arquero ve la marca en lo infinito, y El es quien os doblega, con su poder, para que Sus flechas partan veloces a la lejanía. Que el doblegamiento en manos del Arquero sea vuestra alegría, porque aquel que ama a la flecha que vuela, también ama al arco que no viaja.[1]
Laura de 13 años llegó a consulta una tarde llevada por sus padres Alfonso y Lucía. ** La chica se estaba volviendo muy difícil, decía Alfonso, lloraba y se quejaba todo el tiempo y de todo, ambos discutían frecuentemente y ella que solía ser cariñosa con él, ahora estaba hostil y agresiva . Laura por su parte reportaba exactamente lo mismo respecto al papá y agregaba:
-me trata como su trapeador.
La madre casi ausente, periférica, aislada, decía estar cansada de oírlos discutir todo el día y no tenía ya ánimos ni siquiera de opinar.
Cuando dos personas se relacionan de la manera que Laura y su padre lo hacían, no hay duda de que ambos están muy lastimados, de que atrás de sus agresiones se están pidiendo amor, ser importante para el otro; no obstante, ni siquiera se dan cuenta de ello. El sentirse tan lastimados y enojados les impide ser capaces de encontrar el momento donde algo se rompió en su relación que solía ser afectuosa; si bien es cierto que estos cambios se dan en la pubertad y adolescencia, en este caso, el drástico giro hacia la hostilidad y la agresión entre Laura y Alfonso iba más allá del cambio “normal” que un adolescente experimenta en la forma de relacionarse con sus padres.
Era obvio que, por alguna razón, el padre estaba profundamente resentido con su hija y él había iniciado el cambio en la dirección de su relación, a lo cual ella solamente había reaccionado o respondido.
Cité a padre e hija en la siguiente sesión y empecé a explorar esos resentimientos del padre hacia ella, que dicho sea de paso, mantenía bien reprimidos y negados. Los padres hacemos esto, negar los resentimientos hacia nuestros hijos porque nos parece imperdonable tenerlos.
Le expliqué a Alfonso que es normal que a veces los padres estemos resentidos con un hijo y que esto no significa que no lo amamos o seamos malos padres y cómo es indispensable reconocer esos sentimientos para poder curarlos y dar paso al amor; sólo enonces él empezó a abrirse poco a poco, hasta que en un momento dado, con lágrimas en los ojos y la voz entrecortada le dijo a su hija:
-Laura, estoy tan sentido contigo, no te imaginas como me ha dolido tu indiferencia con el piano. Tú no sabes todo lo que tuve que hacer para poder comprarlo. Vendí mi reloj tan especial, pedí prestado, usé mis ahorros para comprarte ese finísimo piano, busqué al mejor maestro de la ciudad y mira para qué, tú le cancelas las clases, jamás practicas, y el piano dura semanas sin que siquiera lo abras.
Laura estaba conmovida, yo también, era conmovedor ver a ese hombre enorme llorando y hablando como un niñito dolido. Laura empezó a justificarse y a dar una larga lista de excusas por las que no usaba el piano y cancelaba sus clases, hasta que la detuve y le pedí: Laura dí la verdadera razón por la que lo haces, dí a tu padre qué sientes respecto al piano y a su interés de que aprendas a tocarlo.
Ella, por su parte reventó también en sollozos y le dijo:
-yo nunca te pedí un piano, tú dijiste que lo ibas a comprar porque era un hermoso instrumento y te encantaría que yo lo tocara. A mí no me gusta, y te lo dije entonces; simplemente no me interesa, cuando paso junto a él siento un nudo en el estómago y no quiero ni verlo, porque me siento tan presionada por ti, tan culpable porque sé el enorme esfuerzo que hiciste para comprarlo, pero yo nunca te lo pedí, no puedo tocarlo, no quiero tocarlo.
Todavía en éstos momentos, Alfonso seguía percibiendo a su hija como malagradecida, desconsiderada, y tonta porque no apreciaba algo tan maravilloso como era tocar el piano. Fue necesario trabajar en un proceso sólo con él para que comprendiera lo que le estaba pasando en un nivel muy profundo e inconsciente con el asunto del piano.
Alfonso fue un niño pobre, mucho, y por años deseó tener un piano, y aprender a tocarlo, pero nunca sucedió. Ahora como adulto, al comprar el piano para Laura y contratarle al mejor maestro, estaba inconscientemente tratando de llenar ese espacio que quedó vacío en su vida, o mejor dicho, queriendo que Laura lo llenara por él.
Con frecuencia los padres creemos que somos demasiado viejos para intentar algo, o que no es correcto gastar tanto dinero en nosotros mismos; y más aún, ni siquiera somos conscientes de que esa es la razón que algunas veces mueve nuestro fuerte interes para que nuestros hijos hagan o aprendan ciertas cosas. Así simbólicamente, llenamos a traves de ellos ese espacio vacío en nuestras vidas.
Tales fueron las respuestas de Alfonso cuando le cuestioné por qué no se daba la oportunidad de estudiar piano ahora que ya era un adulto; ahora no necesitaba que nadie se la porporcionara puesto que él podía hacerlo para sí mismo (por cierto, es una de las hermosas ventajas de ser adulto). Reconoció también que compró el piano para su hija porque hacerlo para sí mismo habría sido simplemente un desperdicio, un gasto superfluo, innecesario e imperdonable ante los ojos de él y de su esposa. Sólo pudo decidirse a pagar esas clases para él, cuando reencuadramos el asunto imaginando que lo hacía para su niño interior, para el niño que un día fue y que todavía tenía tantas ganas de tocar piano.
Al comunicarse Alfonso y Laura respecto a esto, al comprender lo que uno y el otro estaban sintiendo, la relación entre ellos mejoró notablemente y aprendieron la importancia de hablar de lo que sienten.