Temas para vivir mejor

LA HISTORIA SIN FIN


         “¡Que el nuevo bebé se llame como papá!”. “¡Que se llame como su abuela!“.  

 

         El nombre tiene poder y puede llegar a convertirse en un decreto que despersonaliza a quien lo lleva y lo obliga, ahí en las profundidades de su inconsciente, a convertirse en una extensión de aquél antecesor de quien lo heredó, limitando y castrando la propia individualidad.

 

         Conozco familias donde 5, 10 o 15 miembros de la misma llevan el mismo nombre del abuelo, todos se dedican  a la misma actividad que él y todos presentan ciertos rasgos de personalidad; sé de algunos de esos miembros que hubieran querido dedicarse a algo diferente en la vida, pero el nombre pesa demasiado, atrapa muy fuerte, y al no estar conscientes de esto,  difícilmente pueden escapar de esa inercia; si alguno se atreve y logra diferenciarse del resto, suele llevar consigo una sutil y a veces no tan sutil sensación de haber traicionado a la familia, lo cual es reforzado por el resto del clan.  

 

         Fabián era un joven de 20 años verdaderamente confundido respecto a lo que quería hacer en la vida (es común que esto suceda en los jóvenes que llevan el mismo nombre que su papá.) Su padre, por supuesto también llamado Fabián, era un exitoso hombre de negocios que empezó de la nada y con gran esfuerzo y dedicación había levantado una próspera empresa. 

 

         Ambos Fabianes me solicitaron un estudio de orientación vocacional con el fin de ayudar al hijo a decidirse por una carrera universitaria.  Llevé a cabo el estudio y encontré grandes incongruencias en los resultados; exploré profundamente sus inquietudes expresadas en su muy peculiar e interesante lenguaje plagado de símbolos, metáforas y dobles mensajes que tuve que traducir y confrontar hasta que  se atrevió a confesar que él deseaba estudiar psicología, lo cual significaba desilusionar y traicionar al papá, quien esperaba que él se integrara en la empresa y continuara con ella. Esto cobra más significado si sabemos que cuatro generaciones de Fabianes habían seguido la misma “vocación”.

 

         Parece ser que junto con su nombre, le pasamos al hijo todo un paquete. 

 

         Así encontramos familias donde por ejemplo, todas las Marías son solteronas, o todas las Patricias fueron abusadas sexualmente en la infancia,  todas las Sofías sostienen a su familia, todos los Albertos son ricos, o pobres. 

 

         Conozco una constelación familiar donde todos los llamados Javier Gutiérrez han tenido problemas de drogadicción exactamente a los 18 años, durante exactamente ocho meses, pero lo más interesante de este caso es que, como este problema suele ser muy vergonzoso, ninguno de ellos estaba enterado de los otros, (conscientemente) hasta  que surgió esa información en un proceso de terapia.

 

         Es importante agregar que así como el nombre, los apodos tienen el poder de decretar a la persona que lo lleva, de manera que si de por sí poner apodos no es una buena idea, menos aún cuando estos son tan desagradables como: la gorda, el flaco, la nena,  o aún peor. Si observamos estas situaciones, veremos como la gorda siempre ha sido y será gorda, el flaco siempre flaco y la nena se comporta como una nena independientemente de su edad.   La forma en que le llamamos a una persona tiene poder, porque el verbo (la palabra)  y su sonido tienen poder.

 

“En las culturas en las que los nombres se eligen cuidadosamente por sus significados mágicos o propicios, conocer el nombre de una persona significa conocer el camino vital y las cualidades espirituales de dicha persona [...] pronunciar el nombre de una persona es formular un deseo o una bendición acerca de él cada vez que se pronuncia”.[1]

          

         Es una buena idea no poner apodos, y mejor aún, llamarle a la persona de la manera que a ella le gusta.  Escuchar un sonido agradable cada vez que alguien se dirige a uno es hermoso, reconcilia y conecta consigo mismo.

 

         Cuando ya hemos puesto a un hijo el mismo nombre de un antecesor, no hay por qué alarmarse  si estamos muy conscientes de lo que eso puede significar; no es necesario sentirnos culpables y preocupados por ello; el conocer esta información y estar consciente de ella te permitirá ayudar a tu hijo a individualizarse, a ser él mismo, a vivir su propia vida y liberarlo del decreto del nombre.



[1] PINKOLA Estés Clarissa “Mujeres que corren con los lobos”  Ediciones B, S.A. Barcelona 1998

 p. 134 y135 

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