Invariablemente, los hijos guardan por un tiempo la fantasía de que sus padres van a regresar a vivir juntos. Cada vez que estos hablan por teléfono o salen a cenar o a tomar un café para hablar de su situación o hacer acuerdos sobre cualquier asunto, los niños alimentan la esperanza de que sus padres van a regresar. Sobra decir que cada vez que vuelven a ver la cruda realidad de que su relación se acabó, sufren un nuevo desengaño.
Los padres deben ser muy cuidadosos de no alimentar esa fantasía y en cambio, dejar bien claro -cada que sea necesario- que su relación terminó, que no van a volver. Algunos padres por ejemplo, cometen el error de seguir durmiendo juntos de vez en cuando, en la casa de sus hijos, lo cual resulta tormentosamente confuso para ellos.
Es cierto que por muchas razones, la gran mayoría de las parejas que están en proceso de divorcio siguen teniendo relaciones sexuales durante algún tiempo, que varía en cada circunstancia. Esto tiene que ver, en mi opinión, con la necesidad que todos tenemos de “cerrar” ese capítulo de nuestra vida, lo cual por lo general es un proceso que toma su tiempo para concluirse, y no un cambio radical que se da de la noche a la mañana. No obstante, es muy importante que los padres que están en esta circunstancia, no tengan sus encuentros sexuales en su casa con sus hijos presentes, ni se queden a dormir juntos, porque les hará muy difícil a ellos entender que esa separación es de a de veras y les causará una angustiante confusión.
Repito e insisto: no alimenten la fantasía de que regresarán, no den a sus hijos la impresión de que han cambiado de opinión porque se quedan a dormir juntos. Los hijos necesitan mucha claridad y acciones congruentes con lo que se les dice. Si no es así, experimentan el tormento de la duda, la incertidumbre y la falsa esperanza.
Muchos hijos por su parte, expresan abiertamente la fantasía de que sus padres volverán, con ciertas reacciones no verbales o diciendo ciertas cosas cada que los ven juntos. Por ejemplo, toman una mano de cada uno de sus padres y las juntan, o hacen ciertos comentarios que reflejan su esperanza de que vuelvan. Ante cada uno de estos comentarios o reacciones no verbales, los padres deberán -amorosa y delicadamente- ubicar a sus hijos en la realidad, que aunque sea dolorosa y cruda, es menos dolorosa que las constantes decepciones que ellos sufren, cada vez que alimentan su fantasía de que “tal vez hoy, tal vez mañana, tal vez en su cumpleaños, tal vez en navidad…”, sus padres volverán a vivir juntos. Así también, algunas acciones de los padres, como el hecho de que se den un abrazo, o se compren un regalo de cumpleaños, pueden ser interpretadas por los hijos como señales de que se han reconciliado y ya no se divorciarán.
Cabe aclarar que esto no significa que los padres nunca deben otorgarse muestras de afecto como un abrazo, sino que hay que estar conscientes de que, los primeros meses de la separación, es posible que esto sea malinterpretado por los hijos como una reconciliación, de lo cual hay que ser conscientes para que, usando nuestro criterio y de acuerdo a las circunstancias, hagamos las aclaraciones pertinentes cuando sea necesario.
Claridad en las palabras y congruencia entre lo que dicen y hacen, ayudarán a sus hijos a aceptar la realidad del divorcio. Una adolescente de 14 años me comentó que después de un tiempo de “si y no” entre sus padres respecto a divorciarse; después del ir y venir de su padre entre su nuevo departamento y su casa, finalmente un día iniciaron el proceso legal de divorcio. El día que este terminó, la hija se sintió triste, pero en otro sentido, serena y liberada de la tormentosa incertidumbre. Las expectativas y falsas esperanzas causan incertidumbre y dolor. La aceptación libera.
Propuesta clave:
“tu papá (mamá) y yo ya no vamos a volver a vivir juntos. Sólo salimos a cenar porque teníamos que ponernos de acuerdo en ciertas cosas.”Ó “Sólo nos dimos un abrazo para despedirnos”.
En algunos casos los hijos, atrapados por esta fantasía de que sus padres vuelvan, hacen ciertas cosas, incluso mentir. Este fue el caso de un adolescente que se tomó tan en serio la fantasía de volver a unir a sus padres, que casi a diario le llevaba alguna flor o regalito a su mamá y le decía que su papá se la mandaba.
Nunca hay que regañar o castigar a los hijos por conductas como esta, simplemente hay que decirle, como ya he mencionado, que no volveremos a vivir juntos, que no es su culpa que nos hayamos separado y que no es su responsabilidad volver a unirnos.