Temas para vivir mejor

Comprende la intención positiva de sus comportamientos



Vivir con un enemigo al lado, durante años, día tras día, y además tener que mantenerlo y hacerse cargo de él, suena a pesadilla o película de terror. No obstante, esta es la sensación que muchos padres tienen respecto a sus hijos, sobre todo respecto al hijo difícil; la sensación de que está ahí para fastidiarles la vida, de que detrás de  lo que hace hay una mala intención , de que es malo y perverso y en pocas palabras, la sensación de que es su enemigo.

 

         Esto sucede debido a que no comprendemos que detrás de los “malos comportamientos” de ese hijo se esconde una llamada de atención, una petición de ayuda, una súplica de  amor y aceptación, una búsqueda de felicidad, de llenar un vacío, de sentirse seguro, de sentirse valioso, y esa es la única forma que hasta el día de hoy ha encontrado para  lograrlo.

 

         Quiero recordarte que no se trata de que  un día tu hijo se sentó a pensar cómo podría “portarse mal” para lograr todas esas cosas positivas; esto sucede a nivel inconsciente, sin planearlo, como un mecanismo para compensar una carencia, o para protegerse de sufrir. Y aún cuando efectivamente hay hijos que inconsciente o conscientemente se “portan mal” para agredir, desquitarse, o llamar la atención, no es porque sean malos, sino porque eso les ha funcionado.

 

         Pero ir por la vida sintiendo que tus hijos tienen malas intenciones hacia ti, sólo te lleva a percibirlos como adversarios y  te dificulta enormemente las relaciones sanas y amorosas con ellos.  

 

         Así pues, los comportamientos de los hijos, no importa cuan “malos” sean tienen en el fondo una intención positiva y comprender esta verdad te abre a la posibilidad de ayudar a tu hijo a buscar formas más sanas de conseguir eso que intenta lograr a través de su “mal comportamiento”.  Veamos un ejemplo que nos aclare esto:

 

         -Fumas como chacuaco- recriminaba Héctor a Luis, su hijo adolescente. Acto seguido desplegaba una larga y muy bien documentada explicación sobre los daños asociados al fumar que resultaba muy interesante para cualquiera, excepto para  Luis que la había escuchado casi todos los días durante meses y en todos los tonos, desde uno sereno, cálido y suave hasta uno enérgico y agresivo.. 

 

         -Estoy seguro que lo hace más por molestarme que porque en realidad le guste-, decía Héctor con una mezcla de rabia e impotencia. Y en parte tenía razón, ya que la  afición de Luis por el tabaco, desaparecía misteriosamente cuando su papá salía de viaje, período durante el cual no le daban ganas de fumar, “y aquí entre nos”, me confesó un día, “ni me gusta tanto.” Era esa una afición muy selectiva que por supuesto tenía en parte la intención de molestar. Pero ¿qué más había detrás? 

 

         Podríamos habernos quedado con esa interpretación superficial de su comportamiento, y clasificarlo como una forma de molestar a su papá, pero había más -siempre hay más-, de manera que cuando Luis y yo revisamos la ecología de ese comportamiento, es decir, qué pasaría si él dejara de fumar, encontramos verdades particularmente interesantes e importantes para entender la intención positiva -siempre la hay- de su “mal comportamiento”. 

 

         Descubrimos que el único momento en que su papá se acercaba a Luis era cuando fumaba, y casi la única comunicación que tenía con él era ese largo sermón sobre los daños del tabaco, de manera que cuando Luis dejara de fumar su comunicación y contacto con su papá sería prácticamente nula. De forma tal  que seguir fumando le garantizaba seguir teniendo su atención, aunque fuera para reprenderlo.  

 

         De ese tamaño es la necesidad de los hijos de tener la atención y la cercanía  de los padres y pueden llegar a desarrollar conflictos importantes si estos se las proporcionan. Esto puede presentarse a  un grado tal en que el hijo –de cualquier edad- prefiera “portarse mal” y recibir constantes regaños y quizá hasta golpes, que ser ignorado por sus padres. 

 

         Cuando casi los únicos momentos en que hablas con tus hijos o te acercas a ellos es cuando tienes algo que reprochar, llamar la atención, regañar o reclamar, no te extrañe que se “porten mal”, ya que es la única forma que conocen para que te acerques a ellos.  Pero puedes probar un nuevo camino, puedes acercarte en cualquier otro momento para que ya no necesiten ese comportamiento que te atrae a ellos como un imán.

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