La necesidad primera y más importante en la vida de un bebé, es la de sentirse conectado con su madre. Ella es el todo para la pequeña criatura: su mundo, su vida, y hasta sí mismo. Sin mamá no existe, y se vuelve consciente de su existencia sólo mediante la existencia de ella. Esa “simbiosis” con la madre es natural y sana, y en la medida que crece se irá diferenciando como un individuo aparte.
Para lograr esa conexión con la madre, que le proporciona seguridad, estabilidad y lo hace sentir amado, el bebé necesita ser tocado, abrazado, y visto; literalmente, VISTO a los ojos. Si ponemos atención notaremos como los bebés se nos quedan viendo fijamente a los ojos, porque es a través de esto que de alguna manera se reconocen a si mismos, y se conectan profundamente con la persona a la que miran, sintiéndose protegidos.
Un niño invisible, es aquel que no fue visto desde la más tierna infancia, y como hemos mencionado con anterioridad, a menos que en etapas posteriores (en su adultez) haga un trabajo interior para sanar a ese niño invisible, o la vida le proporcione situaciones que le propicien esa curación, mantendrá en su vida ese rol de invisibilidad a donde quiera que vaya.
¿Cuáles son las principales conductas y actitudes de los padres, que propician la creación de un “bebé invisible”?.
Por un momento imagínate que eres un bebé. Hace apenas unas semanas o meses, vivías protegido en un útero tibio y envolvente, que te proporcionaba sin esfuerzo todo lo que necesitabas. Todas tus necesidades estaban satisfechas y ahí te sentías seguro y protegido. Luego sales a un mundo donde nada te envuelve ni te contiene; nada es fácil. La satisfacción de tus necesidades no es sencilla; tienes una incómoda sensación abdominal cada vez que sientes hambre y debes llorar para comunicar que necesitas comer o cualquier otra cosa. En ocasiones tu llanto dura lo que te parece una eternidad, antes de que alguien atienda tu necesidad. Cuando esto sucede te sientes abandonado, ignorado, aislado. Si le ponemos palabras a estas sensaciones, dirían: ¿Será que soy invisible? Al parecer, lo soy. Por más que grito y llamo nadie acude. Seguro soy invisible… o tal vez, ni siquiera existo.
Cuando eres un bebé, estás totalmente vulnerable y dependiente. No puedes hacer nada por ti mismo. Sólo los brazos de mamá y de los adultos que te aman, te envuelven; sólo su benevolencia te arropa, te alimenta, atiende tus necesidades y alivia la sensación de aislamiento y abandono, que puede provocarte el estar en un mundo enorme. Eres una pequeña criatura, total y absolutamente frágil e indefensa.
Aunque pareciera que le estoy dando a estos comentarios un toque de dramatismo, lo hago sólo para llevarnos, lo más cercana posible, a ponernos en los zapatos de un bebé. No es que ser tan vulnerable y dependiente en esa etapa de la vida esté mal ni sea terrible; la vida lo designó así, y por lo tanto, así está bien. Lo que es dramático entonces, no es el hecho mismo de que cuando bebés dependamos tanto de la atención de los adultos, sino el que no la tengamos, o la recibamos en un nivel tan mínimo, que no satisface ni siquiera en pequeña medida nuestras necesidades, no sólo físicas, sino también las emocionales. La frustración que siente un bebé que constantemente es ignorado, es sin lugar a dudas, inmensa.
La maravillosa sensación que en cambio le proporciona el sentirse en los brazos tibios y amorosos de la madre o de los adultos que le aman y se interesan por él, es lo más parecido al paraíso en la tierra. En esos brazos que acogen y contienen, no hay más que seguridad, protección y amor.
Un bebé pues, se vuelve invisible, cuando se le deja llorar por largo rato sin atenderle, lo cual como mencionamos ya, le hace sentir abandonado e ignorado; cuando no se le abraza y toca o se hace en mínima medida; cuando no se le mira a los ojos ni se le habla con voz amorosa y suave. “Platicar” con un bebé puede sonar absurdo, pero el hacerlo, le comunica en muchos niveles la certeza de estar siendo tomado en cuenta, y conectado con quien le habla. Basta con mirar cómo reaccionan a nuestra conversación, para convencernos de que esto es verdad. Suponer que los bebés no entienden ni comunican, es un error.
No hay duda alguna de que es difícil cuidar a un bebé, lidiar con él y atender todas sus necesidades. Yo pienso que por eso fueron hechos tan encantadores; sus cachetitos, sus manitas, todas las monerías que hacen, nos hacen mucho más sencillo sobrellevar la tarea de criarlos, que puede resultar tan pesada. Fácil no es, pero eso no nos exime de cumplir con el compromiso sagrado de criarlos con el mayor amor que seamos capaces.