Temas para vivir mejor

LA PESADA CARGA DEL HIJO PARENTAL


 

         Este término se refiere a los hijos que hacen la función de padres de sus hermanos o de sus propios padres,  o de sustituto de pareja de uno de estos.

 

          Aunque con frecuencia encontramos este rol en el hijo de distinto sexo al del padre,  puede también presentarse en el hijo de su mismo sexo. Así mismo, aunque casi siempre lo toma el hijo o hija mayor, a veces recae en cualquier otro.

 

         El hijo parental tiene mucho poder en la familia, se le ha dado implícitamente toda la autoridad para manejarlo, y sus funciones son proteger  a sus padres y hermanos y solucionar  una buena cantidad de asuntos relativos a ellos.  El hijo parental suele ser muy maduro, muy fuerte y sumamente responsable, contrariamente al padre o madre con el cual lleva a cabo esta función, quien suele ser débil, dependiente, inmaduro, temeroso, inseguro o con muchos conflictos emocionales,  o de personalidad. También puede surgir un hijo parental cuando uno de los padres tiene una importante enfermedad física o discapacidad.

 

 

         Contrariamente a lo que podríamos suponer, tener este rol es una pesada carga para el hijo sin importar la edad que tenga y tarde o temprano genera en él sentimientos de impotencia, ansiedad, tensión y resentimiento hacia sus débiles padres que le han soltado semejante paquete.

 

         “Se trata de una situación de exceso de responsabilidad para el hijo que ejerce tal papel, lo que frecuentemente le impide llevar a cabo actividades propias de su edad y relacionarse con compañeros de su mismo nivel. En tanto que para sus hermanos representa también una desventaja estar en manos inexpertas y por consiguiente carentes de consistencia”.[1]

 

         Tomar el rol de hijo parental parece ser un acuerdo inconsciente e implícito entre el hijo y el o los padres, nunca se ha hablado al respecto, simplemente, él percibe a un padre, madre o a  ambos incapaces de hacerse cargo de su propia vida y de la de sus hermanos, de manera que sin darse cuenta de ello, el hijo toma la batuta y el padre gustoso se la entrega.

 

         No significa que un día de pronto el hijo decidió que tomaría ese rol, la mayoría de las veces ni siquiera es consciente de que lo tiene, simplemente surge como un mecanismo de compensación para mantener la homeostasis o  equilibrio en la familia.

 

          El hijo parental  presenta comportamientos que son característicos: cuida a sus hermanos, les da consejos, los reprende, está convencido de que debe ser su ejemplo;  cuida también a sus padres, los regaña, les indica cómo educar a sus hermanos y qué permisos concederles, toma decisiones importantes en casa, recibe las quejas del padre o madre respecto a las cosas terribles que le hace su cónyuge y se siente obligado a dar apoyo y consejos al respecto. Pero por dentro vive en un grado de tensión que sólo quien ha estado en ese lugar puede comprender.

 

         Si bien es común que los hijos parentales se encuentren en familias donde uno de los padres está ausente físicamente (divorcio, viudez, abandono), o ausente emocionalmente, también se encuentran en familias donde ambos padres o uno de ellos es inmaduro, dependiente y débil.

 

         He visto hijos parentales de 4 y 5 años, -lo cual me indigna sobremanera- así como de 30 o 50. He visto como los padres refuerzan este rol por ejemplo en el caso de los niños, con comentarios como: “cuando  papi sale de viaje tú eres el hombre de la casa y tú debes cuidar a tu mamá y tus hermanos”  o  “ahora que nos hemos divorciado tú eres el hombre  o la mujer de la casa” . Imaginemos por un momento cómo se siente un niño cuando le decimos cosas como esta.

 

          Nunca un hijo es el hombre o la mujer de la casa; si en esa familia, por cualquier razón no hay esposo o esposa definitiva o temporalmente, simplemente no hay hombre o mujer de la casa.  Los hijos no deben, no pueden, no les corresponde ocupar ese lugar cuando está vacío, está vacío y punto; el hijo es el hijo y nunca será, ni tiene por qué serlo, el sustituto del padre o la madre ausente.   

 

         He  visto docenas de veces a esas madres inmaduras que cuando el padre sale de viaje se llevan a dormir a sus hijos a su lado, porque tienen miedo o porque no soportan la soledad (y además no han hecho nada para solucionarlo); he visto como esos niños se sienten tan ansiosos por la responsabilidad de proteger a su mamá, cuando siempre e insisto, siempre, los padres son los responsables de proteger a los hijos.   Es muy válido y adecuado pedirles cooperación y ayuda, pero eso es muy diferente a convertirlos en sustitutos de pareja o en padres de sus propios padres.

 

              Con frecuencia, los hijos parentales adolescentes o adultos tienen mucha dificultad para encontrar una pareja o para relacionarse en ese sentido. ¿Y cómo podrían si ya tienen una pareja?, su propio padre o madre, tener otra sería traicionar a la que ya tienen, serle infiel. Por esta razón es muy común encontrar hijos parentales solterones, o casados pero con graves conflictos conyugales porque siguen psicológica, emocional y hasta materialmente atorados, pegados a su progenitor con el cual han llevado a cabo este rol por años. Cuando un hijo parental se llega a divorciar, generalmente regresa a vivir a la casa  paterna a seguir cumpliendo con su rol.  

 

         Es común encontrar hijos parentales en conventos, seminarios y monasterios de cualquier creencia religiosa, quienes lejos de estar respondiendo a una verdadera vocación, inconscientemente encuentran esta opción como la única forma válida y aceptable para ellos y su familia, de abandonar ese pesado rol de hijo parental y/o mantenerse lejos de la posibilidad de formar una pareja. Algunas de estas personas encuentran sumamente difícil mantener los votos que esta vocación exige como el de pobreza y castidad, porque su afiliación a esa institución no fue el producto de un llamado interior congruente y honesto, sino una reacción de huida. Por supuesto también abundan las personas que eligen esta vocación por un llamado interior verdadero y honesto. 



[1] FERNÁNDEZ  Víctor “Psicoterapia estratégica”  Universidad autónoma de Puebla. México 1988 p. 29 y 30

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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