Temas para vivir mejor

La envidia


    Te da envidia

 

Algunas veces, la razón por la que envidiamos -y por lo tanto rechazamos o criticamos- a alguien es muy clara: esa persona tiene algo que nosotros no (belleza, inteligencia, dinero, éxito, una buena relación de pareja, etc.) En estos casos es fácil entender el porqué de la envidia.

 

Sin embargo, a veces lo que le  envidiamos a otro parece estar encubierto y enmascarado detrás de un rasgo de personalidad o comportamiento que catalogaríamos como “malo” e “indeseable”.  Y en estos casos, no resulta tan claro para muchas personas identificar su envidia, aunque en verdad tengan la voluntad de hacerlo.  La primera reacción ante esta idea es: “¡Claro que no  tengo envidia! ¡Yo no quiero ser así!”  Pero si vemos más profundo, entonces lo entendemos.  Pondré un ejemplo:

 

Una cosa que a mi me molesta sobremanera (antes más que ahora), es la impuntualidad en general, pero sobre todo en el contexto de mi vida social, por ejemplo cuando tengo una cita con una amiga o amigo para comer.

 

Hace unos 7 años, me hice consciente de que lamentablemente la mayoría de las personas son impuntuales y de cómo estaba yo permitiendo que esta situación me afectara tanto cada vez que ¡una vez más! me encontraba en algún restaurante e s p e r a n d o… con mi pobre hígado retorciéndose de molestia. Entonces entendí que tenía que revisar en serio esta situación y tomar decisiones al respecto. 

 

Me quedaba claro que realmente quiero a mis impuntuales amigos (y a los puntuales también), y que con todo mi ser deseo seguir caminando con ellos por la vida. De eso no tenía  la menor duda. Entonces, revisé mis alternativas. 

 

Una era poner ciertos límites en relación a cuánto tiempo estaba dispuesta a esperar. ¿10 minutos? ¿20? Decidí que 15, durante los cuales haría algo que me hiciera sentir a gusto con mi espera. 

 

Le comuniqué a mis amigos los impuntuales que su impuntualidad realmente me estaba molestado y había tomado tales decisiones al respecto, sobre la base de que ellos estaban en todo su derecho a llegar tarde, pero yo también en el mío de decidir si quiero esperar o no. 

 

Ellos entendieron y respetaron mi decisión y esto nos trajo cosas muy buenas a las dos partes, excepto en el caso de una amiga que de plano no tiene remedio.  Es una impuntual crónica y por más que cada enero se propone volverse puntual, el gusto le dura menos que un suspiro. 

 

Pero en este caso, también soy libre de ver mis alternativas y tomar decisiones. En base en la realidad, me dije a mi misma: “Ella es así (extremadamente impuntual), tal vez lo será toda la vida y está en todo su derecho de ser como quiera ser y yo en todo mi derecho de decidir qué hago al respecto… Así pues… ¿la tomo tal como es, o la dejo?”  No tuve que pensarlo ni dos segundos. Mi decisión fue tomarla y aceptarla tal como es, porque aunque me desagrada tanto ese rasgo de su personalidad, el resto de ella es valiosísimo más allá de las palabras y realmente la quiero.  Sin duda deseo ir por la vida con esa querida y valiosa persona como amiga.     

 

Pero quizá la parte más importante en relación a mi trabajo con este asunto de mi molestia ante la impuntualidad, fue el haber descubierto mi proyección en este respecto. Yo me preguntaba: “¿por qué me molesta a tal punto?”  La respuesta parece muy obvia. Cualquiera podría decir sin lugar a dudas que porque la impuntualidad es una falta de respeto; que es molesto estar esperando a alguien que no llega a la hora que se comprometió a llegar; que la impuntualidad puede ser una forma de agresión pasiva, etc. Pero esa es la parte superficial del asunto,  y la que yo quiero mostrarte es  la profunda: ¡por envidia! 

 

No significa que le tengo envidia a los impuntuales porque quiero ser así. De hecho, la impuntualidad es un rasgo que no deseo para nada tener. Pero lo que envidio es lo que está detrás de la impuntualidad, no el comportamiento en si mismo.  

 

Dicho de otra forma, una persona impuntual sabe de sobra hacer algo que yo no he sabido hacer en mi vida y que en los últimos años he trabajado para aprender: se sabe tomar la vida con calma.

 

Así es, por muchos años yo manejé una tremenda auto exigencia y sentido del deber, que llevado al asunto de la puntualidad se traducía en que, si por alguna circunstancia yo no iba con el tiempo suficiente a algún lugar,  antes que llegar tarde ponía en riesgo mi propia vida manejando peligrosamente. Primero acudía a una cita o a trabajar muy enferma, que no acudir. A costa de lo que fuera, incluso de mi propia salud o seguridad, TENÍA que cumplir con “mi deber” muy bien y puntualmente. El sentido del deber, cuando se pasa los límites de lo sano, se vuelve enfermizo y afecta la vida.

 

Los impuntuales  se dan el permiso de tomarse la vida con calma… “si ya voy tarde… pues ni modo…”  y no se preocupan, ni se estresan, ni ponen en peligro su vida por ello.  Ese permiso es el que yo, por años, no me supe dar.

 

Así pues, cuando rechazas y criticas a un agresivo, date cuenta de que tal vez le tienes envidia, no por su agresividad, puesto que tú  no deseas ser agresivo, sino quizá porque se atreve a decir lo que piensa y tú no. Si a los que no soportas es a los conchudos y dependientes, tal vez sea porque eso que a ellos se les da tan fácil: pedir y recibir, a ti te cuesta mucho trabajo. Y así de claro encontrarás la respuesta en cada uno de los casos donde sientas envidia.

 

Un grupo de señoras que se reunía cada mes a comer en un restaurante, me contaron un día que una de ellas les caía muy mal a todas, que constantemente la criticaban y no la soportaban.  Luego me describieron lo que la hacía tan rechazable.  Esa mujer se “soltaba el pelo”.  En cuanto la música comenzaba, sacaba a bailar a los hombres más atractivos del lugar y no paraba de bailar toda la tarde. “Hasta nos avergüenza estar con ella. Estamos pensando en sacarla del grupo”  concluyeron.

 

Y como me pidieron mi opinión, pues se las di: “Independientemente de que decidan sacarla del grupo o no, sería muy bueno que revisaran porqué les cae tan mal”  les dije. 

 

Ellas eran un grupo de mujeres con un muy buen nivel de trabajo personal y estaban abiertas a ver su proyección en esto, lo cual las llevó a reconocer que la criticaban y rechazaban tanto porque le tenían envidia.  No porque quisieran comportarse tal como ella (o quizá si), sino por lo que había detrás de ese comportamiento: ¡libertad!  Esa mujer sabía darse el permiso de hacer lo que quería… cosa muy, pero muy difícil para las mujeres, que siempre tenemos que reprimirnos para cuidad la imagen y ser catalogadas como “buenas mujeres”.

 

La envidia es muy difícil de reconocer, porque nos consideramos horrendos cuando la sentimos. ¡Hasta es un pecado capital! “Sentir envidia nos avergüenza tanto, que nunca nos atrevemos a confesarlo”, dice La Rochefoulcauld. ¿Quién desearía reconocer que la siente?  ¡Eso sólo le sucede a “los malos”!. Sin embargo, la verdad es que todos la experimentamos a veces o constantemente en la vida. 

 

La envidia, desde mi punto de vista, puede ser una fuente de amargura o una gran aliada para crecer, aprender y realizar. 

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