Temas para vivir mejor

El poder del amor incondicional


“No desperdicies ni un segundo con los que amas, en algo que no sea amor”, me dijo hace poco un querido amigo cuya pareja está a punto de morir. Esto se agrega a mis convicciones que he ido adquiriendo a traves de los años, sobre el poder  y el valor del AMOR INCONDICIONAL. El amor cura, une, transforma, salva. El amor es lo que más importa.

            Frecuentemente veo con dolor cómo desperdiciamos la vida y el amor en tonterías y afectamos con ellas nuestra relación con las personas que amamos. Peleamos por la ropa tirada en el piso, por el tubo de la pasta dental mal apretado, por las camas no tendidas, por las diferencias de opiniones y formas de ser. Desperdiciamos los momentos en que estamos juntos, en luchas de poder por tener la razón, en reclamos y en toda clase de juegos de nuestro poderoso y soberbio ego. Estoy segura de que si se acercara a nosotros un anciano sabio nos diría algo así como lo que me amigo me dijo, que cité en el párrafo anterior.

            Porque los ancianos sabios han aprendido a darle su valor y su importancia a cada cosa, a no preocuparse por lo que no vale la pena, a no desperdiciar lo hermoso de las relaciones interpersonales con pequeñeces sin trascendencia. 

            Ese anciano sabio, cuando te escuchara quejarte por tales cosas, te palmearía el hombro, te miraría con dulzura y con esa sonrisa serena que sólo tienen los que saben de la vida, te invitaría a amar y a disfrutar, como si fuera el último día de tu vida o el último de tus seres queridos.

            Y ante esa perspectiva, tu percepción de esas incomodidades de la vida, indudablemente cambiaría.

            Creo que una de las cosas más difíciles es amar incondicionalmente. Nuestro amor crece y decrece, aparece y desparece, según lo mucho o poco que nos gusten los comportamientos de nuestros seres queridos.  

Sin embargo, estoy convencida de que podemos aprender a amar incondicionalmente.  ¡Qué triste suena ésto!  ¡Tener que aprender a amar incondicionalmente!. Algo que pudo haberse dado de manera espontánea y natural, ¡¡¡tenemos que aprenderlo!!!

La razón es muy sencilla.  La mayoría de nosotros no sabemos amar incondicionalmente, porque no hemos sido amados incondicionalmente ni siquiera en nuestra más tierna infancia. Tuvimos padres imperfectos que nos amaron con condiciones,  tal como ahora nosotros somos padres imperfectos que amamos a nuestros hijos con condiciones:  si te portas bien, si haces, si no haces, si lo haces de ésta forma en lugar de la otra, si eres así, si piensas así...  

Tal vez te dé miedo que si amas incondicionalmente a tu hijo, tenga las calificaciones que tenga o haga lo que haga, las cosas van a empeorar.  Que si le dices algo como: “estoy muy molesta por esto que hiciste, pero de todas maneras te amo”, entonces tu hijo se aprovechará y hará cosas peores. 

Créeme, no tengas miedo, el amor no provoca esos resultados.  Tal vez tu hijo “te ponga a prueba”  inconscientemente, sólo para saber dónde está parado, qué esperar y qué no, y entonces repita o hasta incremente esos comportamientos. Sin embargo tarde o temprano comprueba que aunque a veces falles, estás decidido a amarlo incondicionalmente.  Esto provoca una variedad de cambios muy sanos entre ustedes, y si no, mínimo tú tendrás paz y mayor capacidad para manejar la situación.

Seguramente hay muchos caminos para aprender a amar incondicionalmente. Yo estoy convencida de que  uno que funciona es la  combinación de estos factores: 

-       la decisión y el deseo genuino que nos abre la puerta para recibir ayuda Divina y 

-       la  acción, que se traduce por una parte, en la práctica de la meditación y la oración que nos abren esos canales de conexión con Dios, así como nuestros centros superiores  para el amor y por otra parte, en llevar a cabo actos de amor incondicional con nuestros seres queridos.

Cada vez que hacemos un acto de amor incondicional, es como meter una velita a ese “cuarto oscuro” que hay en nuestro corazón por la carencia de amor. Ante la luz, la oscuridad se diluye por sí misma, sin pelearnos con ella, de forma tal que mientras más velitas metemos a ese cuarto oscuro, más fácilmente la luz diluirá la oscuridad. 

Nuestros actos, así como nuestras palabras, tienen poder: abren canales, mueven ondas energéticas, modifican nuestras estructuras, crean nuevos sentimientos y por eso son generadores de cambios que serán creativos y saludables, o todo lo contrario, según sea la naturaleza de nuestras palabras y nuestros actos.

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