Hace unos días me encontraba dando consulta a una joven pareja, desesperada por los conflictos que se suscitan con su pequeño de 4 años a la hora de comer. Mientras los escuchaba y les daba recomendaciones sobre el manejo de esas situaciones, caí en la cuenta de con cuánta frecuencia escucho este tipo de lamentos de los padres que atiendo: que el hijo no quiere comer, que en lugar de quedarse sentado a la mesa se para a jugar constantemente, que pelea con sus hermanos, que escupe los alimentos, que sólo acepta 3 o 4 cosas y nada más le gusta, y situaciones aun peores que abruman a los padres y también a los hijos. Fue en base a eso que decidí incluir en este libro un capítulo dedicado a este tema.
Comencemos por reflexionar un poco al respecto. Comer es en sí mismo uno de los estupendos placeres de la vida y la comida no sólo es un medio para nutrirnos y mantenernos sanos, sino para convivir con otros y de forma especial, con nuestros seres queridos con los que vivimos. Hay una fuerte carga emocional alrededor de la comida y del momento de comer. De este se espera que sea relajante, placentero, y un lazo que une a la familia. Muchos padres y madres que trabajan, hacen lo imposible por ir a comer a casa, porque consideran que es muy importante compartir esos momentos con su familia. La fantasía que casi todos (por no decir todos) concebimos en la mente, es la de una familia feliz, compartiendo deliciosos alimentos y conversando afectuosamente mientras disfrutan cada bocado.
Pero la vida real es diferente. Lo que en la mayoría de los hogares sucede es: niños que se niegan a comer mientras sus desesperados padres suben el tono de la voz y de los modales tratando de convencerlos;adolescentes que pelean entre sí durante la hora de compartir los sagrados alimentos; parejas que discuten y familias que ven la televisión mientras comen, aislados los unos de los otros… ¡Qué lejos está la realidad, de la acartonada fantasía de la familia feliz, serena y bien comportada alrededor de la mesa!
Al ver que esa imagen no se cumple en su hogar, muchos padres se sienten frustrados, fracasados, insuficientes, inadecuados, lo cual de entrada predispone a un displacer y rechazo hacia la hora de comer, y refuerza los problemas que se tengan al respecto. Un padre me decía que mientras maneja del trabajo a casa para comer con su familia, se le frunce el estómago nomás de imaginar la cotidiana batalla campal que le espera, por situaciones como las antes mencionadas.
La pura verdad es que aun los padres más eficientes y perfectos (si los hubiera) lidian con hijos que dan problemas alrededor de la comida: porque comen mucho o porque no comen, porque lo hacen muy rápido o demasiado lento, porque discuten o porque no hablan, porque si, porque no o porque tal vez, pero casi nadie se salva de estas contiendas.