La pereza, más comúnmente llamada flojera, es tal vez uno de los defectos humanos que más se desprecian. Desde que somos niños nos enseñan con vehemencia que es mala, peligrosa, indeseable y ¡pecado capital! Los padres y maestros no soportan ver a un niño flojo y los adultos perezosos son repudiados y juzgados.
Aun cuando todos tenemos ratos o etapas en que sentimos flojera y desmotivación, hay personas para quienes ese es su estado normal. Esa gente a quienes llamamos floja, pareciera que no tiene energía vital; cualquier actividad que realiza le exige más esfuerzo que a la mayoría de las personas. En casos extremos, y tal como lo decimos de manera popular, le tiene que pedir permiso a sus brazos para moverlos y convencer a sus piernas para que caminen. Deja casi todo inconcluso, tiene una enorme pila de pendientes por hacer en la vida y una gran incapacidad de tomar acción al respecto.
La gente perezosa recibe mucho rechazo y regaños por parte de quienes les rodean; ellos mismos se rechazan y regañan a si mismos, y como es de suponer, sienten mucha culpa. Es muy importante entender que la persona perezosa no lo es por gusto, mucho menos por decisión. Los que tenemos capacidad de acción, podemos llegar a suponer que es nomás cuestión de que quieran, hagan a un lado la flojera y ¡actúen!., pero hay mucho más que eso, detrás de la flojera.
Existen varias posibles razones para que una persona experimente esa apatía y aplanamiento al que llamamos pereza: por una parte, puede ser un síntoma de una depresión no identificada como tal y por lo tanto no atendida; también puede deberse a deficiencias nutricionales e incluso podría ser un síntoma de algún problema glandular que crea desequilibrios químicos en el cuerpo, o quizá el indicio de una enfermedad enmascarada o todavía no manifestada.
Pero en el plano psicológico, lo que hay detrás de la flojera son sentimientos viejos, bloqueados, negados y reprimidos, que merman y ahogan el flujo energético de la persona, llamado eros o fuerza vital; esta no fluye y se encuentra estancada y atorada y para decirlo en términos muy simples, le baja la batería. Esos sentimientos son por supuesto dolorosos o amenazantes, difíciles de enfrentar, por eso es que la persona los ha bloqueado. Es necesario entender que por no querer reconocer un sentimiento, no significa que se va; ahí se queda, sigue existiendo y afectando la vida, y buscará salidas sustitutivas, patológicas, para manifestarse.
A una persona que experimenta esa clase de “pereza existencial”, le conviene buscar ayuda profesional: médica, nutricional y psicológica, para recuperar el aliento de vida que se le ha apagado. Quienes viven a su lado, necesitan apoyarle para dar el primer paso, hacer la cita, acudir a ella y seguir las indicaciones recomendadas, ya que como mencioné, a estas personas les cuesta inmensamente tomar las acciones que para cualquiera de nosotros pueden ser la cosa más fácil. Y así mismo, la persona afectada de flojera crónica, necesita tener la disposición de reconocer que necesita ayuda y de dejarse ayudar, poniendo todo de su parte para resolver el problema.
La flojera no es natural al ser humano. Estamos diseñados para tener energía vital, motivación, entusiasmo y capacidad de acción; cuando las cosas no funcionan así, es que algo anda mal, y la buena noticia es que tiene solución.