Temas para vivir mejor

La función y los componentes del miedo


El miedo es un mecanismo de supervivencia arraigado a la naturaleza humana, cuyo propósito es alertarnos y defendernos ante el peligro. No obstante, cuando alcanza niveles extremos, paraliza e impide tomar acciones efectivas de protección.

 

Diversas áreas del cerebro están involucradas en nuestras reacciones ante el miedo.  El tálamo se encarga de enviar los datos que está recibiendo, hacia el córtex sensorial, el cual los interpreta; luego, el hipocampo entra en acción para recuperar los recuerdos conscientes relacionados a la situación; después, reacciona la amígdala, que almacena los recuerdos fisiológicos del miedo, y evalúa y determina la posible amenaza; finalmente, el hipotálamo activa la respuesta que tendremos ante el miedo. La respuesta humana ante el miedo se da de manera automática y espontánea, y no intencional y consciente.

 

Se han identificado cuatro respuestas automáticas y espontáneas que se presentan ante el miedo: la agresión, la huida, la defensa, la falta total de acción o inmovilidad, y la sumisión. Por lo claro que resulta comprenderlas, no es necesario detenernos a explicarlas.

 

Con frecuencia, las personas están confundidas respecto a la diferencia entre miedo y emoción[, y considero muy importante aclararla. La emoción es la reacción puramente fisiológica, por ejemplo: sudoración de manos, sequedad de la boca o exceso de salivación, aceleración del ritmo cardiaco y respiratorio, ruborización de la piel, tensión o flacidez muscular, etc. El sentimiento, en cambio, incluye procesos subjetivos, tales como el significado e interpretación que le damos al suceso u objeto que genera una emoción. Si queremos plantearlo de manera muy simple diríamos que el sentimiento es igual a emoción más significado. Y el significado está matizado por una gran variedad de factores que en resumen podríamos llamar: la experiencia de vida.

 

Para dejarlo aún más claro, enfoquemos esta explicación al sentimiento que ahora nos ocupa, que es el miedo. La emoción se refiere a las reacciones fisiológicas tales como la boca seca, la aceleración del ritmo cardiaco y respiratorio, el aumento de la presión sanguínea, la tensión muscular, la elevación en la producción de adrenalina, etc. (aunque algunas personas pueden tener diferentes reacciones fisiológicas ante el miedo). El sentimiento se refiere a todas esas reacciones fisiológicas, más las cuestiones subjetivas, como el hecho de que la persona -con base en sus experiencias de vida-  ha aprendido a qué tenerle miedo y cómo reaccionar ante él. Sea como sea, el miedo es como una alarma que se enciende ante un objeto o situación que, en el mapa de la persona, significa amenaza o peligro.

 

Esto lo podemos comprender mejor a través de la corriente psicológica llamada “conductismo”, la cual establece que las conductas humanas son producto de la asociación entre un estímulo y una respuesta al mismo, de lo cual resulta el “condicionamiento,” que es el aprendizaje resultante de dicha asociación. Numerosos estudios se han realizado en relación a esto. John B. Watson, uno de los principales exponentes del conductismo, y su asistente Rosalie Rayner, alrededor de 1920, llevaron a cabo un experimento que hoy en día se consideraría inaceptable y prohibido, por tratarse de que el sujeto del experimento fue un bebé de nueve meses llamado Albert. En dicho experimento, empataron la presencia de una rata, a la cual al principio el bebé no temía, con un estímulo consistente en estrepitosos y fuertes sonidos. Después de haber establecido la asociación entre la presencia de la rata y los fuertes sonidos, sólo fue necesaria la presencia de la rata para provocar en el bebé esa reacción de miedo, aunque el sonido ya no estuviera presente. Con este experimento, cruel porque involucró a un inocente bebé, Watson quiso demostrar que la conducta humana, cuando se conoce a qué estímulo responde, no sólo es predecible, sino también modificable.

Numerosos estudios se han llevado a cabo, con la finalidad de demostrar que las conductas ante cualquier estímulo son aprendidas, y en el caso que nos ocupa, las reacciones ante el miedo lo son también. 

En conclusión, la asociación entre un estímulo y una respuesta al mismo, crea un comportamiento condicionado, que se establece como un patrón. 

 

Con base en lo anterior comprendemos cómo el sentimiento de miedo y la respuesta ante él, obedecen a ciertas situaciones de la vida que los han creado.

 

Podemos definir dos clases de miedo: el adaptativo y el patológico, y analizar la diferencia entre ambos es de suma importancia. El primero tiene que ver con la sobrevivencia, y está basado en situaciones reales por las cuales es muy conveniente tener miedo, para tomar acciones de protección respecto a algo que nos pone en peligro. El miedo patológico, en cambio, es provocado por situaciones imaginarias, o de alguna manera irreales, por las cuales no sería necesario tener miedo. Así también, el grado en el que este sentimiento se presente es un factor que puede hacer la diferencia para considerarlo adaptativo o patológico.

 

Veamos un ejemplo: tener un cierto grado de miedo ante una araña es sensato y prudente, porque puede tratarse de una venenosa. Ese nivel de miedo nos llevará a mirarla con cuidado, evitar el contacto con ella y tomar las acciones que consideremos necesarias para protegernos. Pero el miedo a esa araña, en un grado elevado, nos podría llevar a reacciones como extrema sudoración, inmovilidad, temblor, o incluso vomitar, orinar o defecar de manera involuntaria, como producto del extremo miedo. Esa es una fobia. 

Las fobias son miedos irracionales y extremos que algunas personas sienten ante una gran diversidad de objetos o situaciones. Existen un gran número de ellas: desde las tan conocidas como la claustrofobia (miedo a lugares cerrados) o la acrofobia (a las alturas), hasta algunas tan extrañas como la selenofobia o miedo extremo a la luna. Las fobias requieren atención profesional, y con frecuencia, medicación, para poder lidiar con la intensa ansiedad que se presenta ante el objeto fóbico, y que puede conducir a una crisis de pánico. Las fobias, como claramente podemos comprender, limitan la vida cotidiana de la persona y por lo tanto su desempeño dentro de las diversas situaciones que se presentan como parte normal de la vida. Por supuesto que tienen solución, pero hay que tomar acción.

 

En cuanto a los miedos adaptativos, podemos aprender a manejarlos para que no se conviertan en estorbos que nos impidan avanzar y crear lo que deseamos. Y ese aprendizaje es parte de nuestro objetivo.

 

Antes de pasar al punto en el que te presentaré mis propuestas para lograr dicho propósito, revisemos algunas de las interesantes facetas del miedo, que son producto de las relaciones interpersonales y familiares y, por lo tanto, de las experiencias por las que hemos pasado en nuestro proceso de crianza y desarrollo. Estos miedos pueden convertirse en patrones que determinan la manera en que enfrentamos diversas cuestiones de la vida. Y también estos tienen solución. 

 

Desde mi punto de vista, cuando se trata de asuntos psicológicos casi todo tiene solución. Y digo casi todo, sólo por no decir todo. Esa es mi convicción. El problema es que no tomamos acción, no buscamos ayuda profesional ni emprendemos ningún camino para sanar lo que necesita ser sanado, y es por eso que los problemas se añejan y complican y se establecen como una forma de vida que puede perdurar para siempre, arruinando innecesariamente la existencia.

 


 

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