En el corazón habla Dios y para escuchar al corazón es necesario el silencio, porque el corazón habla bajito, ¡pero muy claro!. Habla a través de sensaciones corporales, de voces interiores, de imágenes. Si le preguntas te contestará. No tienes que hacer nada, sólo esperar quieto y silencioso. El corazón, como el amor, nunca traiciona; da siempre las respuestas correctas y las soluciones perfectas.
Y aprendí a confiar en él. Las madres, y también los padres, hemos perdido la confianza en nuestro corazón; no creemos en él, estamos siempre buscando “afuera” que alguien nos diga qué y cómo, si estuvo bien o no lo estuvo.
Un día, después de una conferencia, se acercó a mí una mujer y me platicó un problema que un día antes había tenido con sus hijos de 8 y 10 años. Me comentó con detalle cómo lo había manejado, lo que les había dicho, las decisiones que había tomado, etc. Luego me preguntó:
- Yo creo que lo manejé bien, pero tú que opinas, ¿lo hice bien o lo hice mal?
Para llegar a donde yo quería llegar con ella, le respondí:
-¡lo hiciste muy mal, pésimo!
Su cara se transformó de inmediato mostrando vergüenza y desilusión.
Luego le pregunté:
- ¿cómo te sientes?
-¡muy mal! siento mucha culpa y coraje conmigo misma por no haberlo hecho bien, me respondió.
Entonces la abracé y le dije:
- La verdad es que creo que lo manejaste excelente, ¡te felicito!, pero ¿por qué necesitas que yo lo valide para creer en ti? Te fijaste qué fácil te saqué de tu centro y de tu convicción de que lo habías hecho muy bien?.
Como se lo dije a ella, te lo digo a ti: por favor confía en la sabiduría de tu corazón, por favor cree en tu intuición de madre y de padre. A la sabiduría del corazón se le fortalece creyendo en ella, validándola, y cada día te irás haciendo más hábil para reconocerla, e identificar esa voz y esas señales que provienen de ahí.
Un amigo, médico pediatra, me platicó hace tiempo algo sorprendente: Una señora llegó a verlo con su bebé que tenía una enfermedad respiratoria. Él le recetó una medicina y al terminar la consulta la señora bajó a la farmacia que se encontraba al lado del consultorio para surtir la receta.
Al poco rato la secretaria le dijo que estaba ahí dicha señora y pedía hablar un momento con él porque tenía una duda sobre la medicina. Él la atendió y la señora le dijo:
- doctor, ¿está usted seguro de que ésta es la medicina que le debo dar a mi bebé?
- Por supuesto que sí, esa es justamente la que le receté.
La señora observó detenidamente el frasco y le volvió a preguntar:
- ¿está usted bien seguro?
Mi amigo, con cierto tono de molestia le respondió que sí y le dijo que si no confiaba a en él llevara su hijo con otro doctor.
Ella le aseguró que confiaba y se despidió.
En la madrugada de ese día el bebé estaba en el hospital, por una reacción alérgica que tuvo a uno de los componentes de la fórmula.
Mi amigo estaba sorprendido. Esa madre, sin saber nada de medicina o farmacología, sin entender, ni siquiera leer la fórmula impresa en la etiqueta del frasco, simplemente “sintió” que esa medicina le haría daño a su bebé. De alguna manera lo supo; su corazón, a través de sus sensaciones, le habló muy claro.
Mi amigo me dijo que aprendió una gran lección a través de ésta experiencia, y que jamás volverá a invalidar de esa manera las corazonadas de una madre.
Esa es la intuición, el saber algo sin entender por qué o cómo lo sabes. Y todos algún día hemos experimentado algo así, el problema, el gran problema, es que hemos aprendido a desconfiar de nuestra intuición, de esa sabiduría del corazón.
Algo que aprendí también a través de ésta experiencia es, que la opinión de los expertos (en lo que sea) indudablemente es muy valiosa. Para ser expertos como lo son, han pasado muchas horas estudiando y llevando a la práctica esos conocimientos. Pero cuando la opinión de un experto se contrapone drásticamente a lo que dicta mi corazón, yo le hago caso a mi corazón. Ese es mi aprendizaje y mi convicción, pero no tiene por qué ser la verdad absoluta para todos.
En mi muy personal punto de vista, el experto que sugirió que mi hija y yo nos fuéramos de la casa, la cerráramos a piedra y lodo y nos desapareciéramos del mapa para mi hijo -con todo el respeto que él me merece-, creo que estaba equivocado. Tal vez esa sea una excelente y muy recomendable intervención en algunos casos de consumo de drogas, pero en el caso específico de mi hijo, no era lo mejor.
Es muy importante entender que el manejo llamado “intervención” que hay que hacer con un familiar en éstas circunstancias, no es rígido como una receta de cocina que hay que seguir al pie de la letra y que es aplicable para todos. Si bien hay ciertos lineamientos generales de intervención, cada caso es individual, con sus propias características y necesita ser tratado como tal.
Las intervenciones que pueden resultar excelentes para algunos, pueden ser un desastre para otros. La combinación de las opiniones y los recursos de los expertos con los de la familia, darán los mejores resultados.
De lo que estoy absolutamente convencida es que, aunque los expertos, los amigos o los familiares nos equivoquemos en la forma de manejar algo, siempre hay detrás una buena y genuina intención de ayudar.