Temas para vivir mejor

Rescatar al niño interior


Aun cuando nos convirtamos en adultos,  las necesidades insatisfechas de nuestra infancia siguen vivas dentro de nosotros, clamando por ser atendidas. Mientras no ha sido sanado nuestro niño interior herido, sus carencias contaminan nuestra vida de adultos, y con frecuencia… ¡con mucha frecuencia!, es nuestro niño interior herido quien toma el control de nuestros comportamientos, decisiones y dinámicas de relación.

 

Amanda y Jaime se casaron hace 5 años. Hay un gran  amor del uno al otro y ambos se sienten felices de estar juntos. Existe sin embargo, un aspecto de su relación que genera muchas discusiones y empieza a ocasionar un gran estrés para ambos.

 

Cuando regresan de trabajar, a eso de las 7:00 p.m., cenan, mientras comentan sus mutuos asuntos del día y luego se disponen a ver alguna película, lo cual a los dos les encanta. No hay duda alguna de que Amanda es diurna y Jaime nocturno. Es decir, ella funciona mejor de día y le cuesta mucho desvelarse, y a su hombre lo contrario.  Esto lleva a que ella, una media hora después de iniciada la película, invariable e inevitablemente se queda dormida.

 

En cuanto él se da cuenta, empieza a moverla, hablarle y hacer todo lo posible para despertarla, pero ella, por más esfuerzos que hace, termina vencida por el sueño. Jaime se molesta y se frustra; la sigue moviendo, le trae una toalla mojada para que se la frote en la cara y pueda despertar, le acerca una bandeja de palomitas de maíz, y hace todo lo que su imaginación le ofrece,  para lograr mantenerla despierta. Pero aun así, un minuto después ella está de nuevo profundamente dormida, con la consecuente y creciente molestia de Jaime.

 

Un par de minutos después de que se acomodan para ver su película, él comienza a “espiarla” –dice ella- mirándola constantemente, listo para iniciar sus intentos por mantenerla despierta desde el instante que muestra el primer indicio de que está a punto de dormirse. Esta situación se ha vuelto casi traumática para ambos. Ella se siente invadida y no respetada; él, sólo y abandonado, y ambos, cansados, frustrados y hartos de este círculo vicioso del cual parecen no poder salir.

 

Por tal razón, decidieron no ver películas ya más, (al menos no en la noche), lo cual en realidad no les convence, pero así eligieron para evitar toda aquella desgastante situación.  Entonces, se ponen a platicar; a nuestra diurna amiga, en un momento dado se le cierran los ojos y él se siente otra vez molesto, abandonado y frustrado porque, dice él, lo deja hablando sólo.

 

Si bien este tipo de situaciones que se dan tantas noches en la vida de Amanda y Jaime son incómodas, la reacción de él va mucho más allá de lo que podría ser normal.

 

Cuando le pido a Jaime que me describa lo más ampliamente posible todo lo que siente y piensa cuando su mujer se duerme mientras ven la película, me responde con todos los sinónimos posibles de las palabras: abandonado, sólo y frustrado.

 

Luego nos ponemos a explorar su infancia, con la certeza de que ahí encontraremos la respuesta.

 

Jaime creció en una pequeña familia formada por los padres, su hermana mayor y él.  Ambos padres trabajaban y pasaban todo el día fuera de casa. El transporte escolar recogía y llevaba de regreso a los niños; la nana les daba de comer y los medio atendía hasta las 7 de la noche, hora en que sus padres regresaban del trabajo.  La familia se reunía en el comedor y tomaban su cena en medio de las constantes discusiones de los padres, que eran parte del día a día de la familia. Estaban cenando juntos, pero la atención de los padres estaba en sus discusiones, ignorando completamente a sus hijos que ya de por si habían estado solos todo el día.  

 

Después de la cena, pasaban a la sala de tv para ver algún programa antes de ir a la cama.  El único que se mantenía despierto era Jaime. Me comentó con tristeza –como si hubiera sido ayer- la frustración y soledad que sentía al ver a sus padres y hermana profundamente dormidos mientras él se mantenía despierto viendo el programa. Una vez que este terminaba, despertaba a todos, se despedían y se iban a dormir.

 

Así pues, ahora como adulto, cada vez que su mujer Amanda se quedaba dormida, él revivía la soledad que sintió durante toda su infancia; el que reaccionaba no era el adulto maduro que ya es, sino el niño interior herido que seguía enojado y dolido; con su inmensa necesidad de atención, todavía insatisfecha.

 

Así funcionamos; llevando a la relación de pareja nuestros asuntos no resueltos de la infancia, esperando inconscientemente que él/ella los resuelva. También lo hacemos con otro tipo de relaciones, pero en la de pareja, en la cual se da tal grado de intimidad, sucede de manera más intensa.

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