Prácticamente en todos los casos de divorcio, uno o varios de los hijos intentarán tomar el lugar del padre o la madre, que se ha ido de casa. A veces es el hijo menor, a veces el mayor, o alguno de los intermedios. En ocasiones será la hija o en otras el varón, lo cual dependerá de un sinnúmero de circunstancias relativas al tipo de rol que cada uno de los hijos ha desempeñado en la dinámica familiar, así como del tipo de personalidad de cada uno de ellos. En las familias de hijos únicos, también sucederá esta dinámica.
El hijo que intenta ser el “sustituto” de la pareja, hará cosas tales como: “mudarse” a la recámara, el baño y el closet de mamá (o papá), ocupar en la mesa el lugar que ocupaba el padre o madre que se ha ido, ocupar el asiento de “copiloto” en el coche, o tomar actitudes como regañar a mamá o a papá porque sale, porque habla por teléfono, por la manera como se viste, indicarle cómo educar a sus hermanos, o peor aun, intentar educarlos él mismo.
En otras palabras, el hijo o hija intenta volverse el padre/madre de sus propios hermanos e incluso de sus padres, y el sustituto de pareja de la madre o padre con quien vive y se ha quedado sin pareja. A este rol que toma uno de los hijos, se le llama en terapia familiar, “rol de hijo parental”.
Este es un fenómeno que sucede de manera inconsciente, y siempre se dará en una situación de divorcio, pero se verá fuertemente reforzado cuando la madre o padre con quien los hijos se han quedado a vivir, es una persona débil, dependiente, inmadura o con conflictos emocionales, tales como depresiones, miedos, ansiedades, etc. Así mismo, el buen manejo de los padres –como propongo más adelante- ayudará al hijo que toma el rol de hijo parental, a superar de manera fácil esta tendencia a tomar dicha función, que es por demás sumamente desgastante.
Cuando yo estaba en mi proceso de divorcio, mi hijo empezó a mostrar claros intentos de tomar este rol. Comenzó por cambiar su cepillo de dientes a mi baño y en un abrir y cerrar de ojos, la parte de mi closet que había quedado vacía cuando su papá terminó de sacar sus cosas, estaba ocupada con su ropa. Ese mismo día, él y su hermana “decidieron” que se turnarían para dormir conmigo una noche cada uno.
Yo, con todo el amor y dulzura, pero también la firmeza que fui capaz de expresar, le dije a mi hijo que se llevara su cepillo de dientes y su ropa a su propio baño y closet, que ese era el baño y closet de su mamá y los hijos tenían el suyo propio. También le dije a ambos, que ellos seguirían durmiendo en su cama como siempre; que el lugar que ahora estaba vacío en mi cama, así se quedaría, porque ese no era el lugar para los hijos, sino para la pareja, y si yo ya no tenía pareja, entonces el lugar debería estar vacío.
También en la mesa del comedor, los insté a quedarse en el lugar que ocupaban antes de que su papá se fuera de casa.
Podría parecer que estas reacciones de los hijos y estas medidas ante ellas, fueran insignificantes e irrelevantes, pero no lo son en absoluto; son por el contrario, importantísimas. Veamos el porqué.
En el campo de la psicoterapia familiar sistémica, se le llama GEOGRAFÍA DE LA FAMILIA al lugar físico que cada uno de los miembros de la misma ocupa en sus diferentes actividades cotidianas y contextos. Por ejemplo, en la mesa a la hora de los alimentos, en el coche, en la sala de televisión, o hasta en la cama. La GEOGRAFÍA DE LA FAMILIA muestra de manera clara e inequívoca, profundos aspectos de la misma, como sus conflictos, alianzas, coaliciones, dinámicas patológicas y también sanas. Haciendo ajustes en la GEOGRAFÍA DE LA FAMILIA, se “mueven” dichas dinámicas, provocando interesantes y saludables cambios en las mismas. Cuando una familia llega a una consulta de psicoterapia, los terapeutas podemos obtener valiosísima y profunda información sobre dicha familia, con sólo observar la manera en que se acomodan espontánea y libremente, en los sillones del consultorio. Esto por cierto, a mí siempre me ha parecido ¡fascinante!
En la situación de divorcio, como lo he comentado, los hijos tenderán inconscientemente a modificar la GEOGRAFÍA, ocupando el lugar físico del padre o madre que ya no vive en casa. Cuando no se cuida esta GEOGRAFÍA y se le permite al hijo tomar el lugar físico del padre o madre ausente, se le manda el mensaje de que, en efecto, le es permitido ocupar ese lugar en el sentido más amplio de la expresión; se le refuerza la creencia de que ahora él/ella es el sustituto del padre/madre, y entonces se establecerá el rol de “hijo parental”.
Existen muchas formas en las que el “hijo parental” toma, o intenta tomar el lugar del padre ó madre ausente: regañan y aconsejan a sus padres y hermanos, sienten que es su responsabilidad tomar decisiones sobre todo tipo de asuntos o que a ellos les corresponde encontrar soluciones a los problemas de cualquier índole, que se presenten en el hogar y en la vida de sus hermanos y sus padres.
Recuerdo que al finalizar un curso, una señora divorciada me comentó: “ay, ya me voy, porque mi hijo me va a poner una buena regañada si me tardo más”. Ese hijo, de 12 años, llevaba como es obvio, la pesada carga de ser el marido y papá de su madre. Y un padre y marido bastante severo por cierto.
Otra mujer me contó que su hija le “supervisaba” su ropa, sus amigas, el tiempo que duraba hablando por teléfono, y prácticamente todo lo que hacía o decía. “me siento vigilada todo el tiempo”, me dijo la madre. Y no sólo la vigilaba, sino que con frecuencia la regañaba y se enojaba cuando no “obedecía” a sus deseos y “órdenes”.
Un padre invertía largos minutos de cada día dándole explicaciones a su confrontadora hija adolescente, sobre la razón por la que le daba o no le daba permiso de salir a sus hermanos, así como sobre la manera en que les llamaba la atención o manejaba todo tipo de situaciones con los mismos.
Cuando un hijo parental toma actitudes como esas, o cualquiera de las mencionadas en párrafos anteriores, los padres deben, amorosa pero firmemente, ponerlo en su lugar de hijo, tal como lo propongo abajo, en las “propuestas clave”. Reforzar la situación al permitirle que los regañe o aconseje, sin decirle nada u “obedeciéndole” a lo que manda, les envía el mensaje de que en efecto, son padres de sus hermanos, de sus padres y pareja de los mismos. De esta manera se impone sobre sus espaldas una pesada carga que no sólo los abruma, sino que también genera patrones de relación que afectarán el resto de su vida. El hijo parental no sólo vive abrumado por la pesada carga de ser papá de sus hermanos, de sus padres y sustituto de pareja de uno de estos, sino que experimenta además tormentosas culpas (por lo general inconscientes), porque sin duda alguna hará “mal” su rol, debido a que no tiene la capacidad. ¡Y no tiene porqué tenerla!, ya que no le corresponde ese lugar.
El hijo parental por otra parte, por lo general tendrá dificultades para relacionarse con una pareja, puesto que ya tiene una: su propio padre o madre, que se ha quedado sólo/a, y al cual tiene que cuidar y acompañar. Por tal razón es muy común encontrar hijos parentales (de cualquier edad), solteros, o tal vez casados, pero con importantes conflictos con su cónyuge y consigo mismos, porque vive dividido entre su nueva familia (cónyuge e hijos) y su “pareja” (madre o padre). La vida de los hijos parentales de todas las edades, está llena de estrés, resentimiento, agobio y confusión y experimentan un constante y desgastante conflicto interno entre la parte de su ser que les grita que las responsabilidades que tienen no les corresponden, y la parte de su ser que siente culpa por querer abandonarlas.
Otro aspecto de la vida cotidiana que contribuye a reforzar el rol de hijo parental, es el permitir que el hijo duerma en la cama con mamá o papá (o con ambos). Al hacer esto, se le lleva del nivel de hijo, al nivel de autoridad de la casa. A mí nunca me ha extrañado que los hijos que duermen con sus padres, presenten una gran dificultad para respetar las reglas y la autoridad. Si duermen en la cama de las figuras de autoridad, ¡ellos mismos son la autoridad!
El hecho de que los hijos duerman con sus padres, tiene significados y repercusiones sumamente profundas y amplias, tratadas por un sinnúmero de investigadores y autores. No obstante en este apartado sólo estoy enfocando el hecho a la situación que nos ocupa en este capítulo.
Los niños pequeños también toman el rol de hijo parental. No es necesario quebrarnos la cabeza para entender la carga que ello les significa y las repercusiones de ésta en su vida emocional. Un niño de 4 años tenía graves problemas para dormir. Al aplicarle un test proyectivo[1] los resultados me proporcionaron valiosa información que luego cotejé con los hechos de su vida cotidiana. Resulta que sus padres le dijeron (muchos cometen este garrafal error), que ahora que papá no vivía con ellos, él era el hombre de la casa y debía cuidar a su mami (como si mami fuera una bebé o una retrasada mental que no se pudiera cuidar a si misma y a sus hijos, como es debido). El niño pues, se pasaba largas horas de la noche sin poder conciliar el sueño, pensando en que si entraba un ratero tendría que hacerle frente, lo cual lo llenaba de pánico. Se imaginaba la escena una y otra vez, en la que él corría a la cocina por un cuchillo, y luego peleaba con él, y luego llamaba a la policía. O tal vez mejor primero llamara a la policía y mientras llegaban él luchaba con el ladrón, etc. etc.
Tu hija/o no es, no lo fue y no lo será, el hombre ni la mujer de la casa. Es de vital importancia que no les digas que lo son. Tu hija/o de cualquier edad es y será siempre TU HIJO ó HIJA. Nunca tu padre, nunca tu madre, nunca tu pareja, nunca el hombre de la casa, nunca la mujer de la casa.
Propuestas clave:
“Yo soy la mamá/papá y tu eres el hijo/hija, tú no me tienes que dar permiso o regañar o decirme qué hacer. Yo soy quien te va a decir a ti qué hacer o a darte los permisos, no tú a mí”.
“Tú no te preocupes por la educación de tus hermanos. Ese asunto nos corresponde sólo a tu madre/padre y a mi y nosotros somos los únicos que vamos a decidir cómo educar a ti y a tus hermanos”.
“Tú eres el hijo y yo soy tu mamá/papá. Yo soy quien te voy a cuidar a ti, no tú a mi.”
[1] Los “tests” o pruebas proyectivas hacen aflorar material inconsciente que proporciona valiosa información sobre el paciente, como conflictos, necesidades, motivaciones, mecanismos de defensa, etc.