.- ¿ES POSIBLE PERDONAR?
Perdonar no es tarea fácil ya que los eventos de nuestra vida que son susceptibles de ser perdonados, tienen una carga de sentimientos muy dolorosos: rechazo, desilusión, humillación o traición. Nos sentimos profundamente lastimados y expresamos cosas como: “jamás le perdonaré”, “después de lo que me hizo ¿y todavía perdonarle?”, como si al disculpar le estuviéramos haciendo un favor al otro. La verdad es que mientras no perdonamos, no podemos tener una verdadera paz interior, ya que los seres humanos no estamos “diseñados” para tener al mismo tiempo dos sentimientos opuestos como el rencor y la paz; la segunda no podrá llegar hasta que nos liberemos del primero. Perdonar es entonces, un gran favor que te haces a tí mismo.
Perdonar es posible, por supuesto que lo es, pero es necesario permitirnos vivir las diferentes etapas que nos llevan a la curación interior y al perdón; al verdadero, no a ese que es más racional que real, cuando decimos: “ya le perdoné”, pero tenemos insomnio crónico (cuando no es de causas orgánicas), o manejamos constantemente la llamada agresión pasiva hacia esa persona, como ridiculizarla en público, hacer bromas sarcásticas y pesadas respecto a ella/él “olvidar” citas, su cumpleaños, o cosas importantes para esa persona; o quizá tener “accidentes involuntarios” como quemar su pantalón favorito, tirar el café sobre sus papeles, etc.; claro, “involuntariamente”. La verdad es que todos éstos incidentes sólo son indicativos de que estamos en negación, la cual es una defensa psicológica activada por nuestro inconsciente que nos impide aceptar nuestro resentimiento porque reconocerlo nos haría sentir malos o avergonzados.
Cuando salimos de la negación y reconocemos nuestro rencor y resentimiento, cuando aceptamos que en realidad no hemos perdonado, entonces damos un gran paso hacia el perdón. Como resultado de esta aceptación, inevitablemente entraremos a otra etapa donde muy posiblemente experimentaremos la culpa; podemos creer que de alguna manera somos los causantes de lo sucedido. Nos repetimos en nuestro interior pensamientos como: “si hubiera sido más delgada”, “si hubiera sido más cariñoso”... “si me hubiera dado cuenta a tiempo...” “si hubiera hecho… si no hubiera hecho…” Ante esto es necesario que hagamos un inventario de las situaciones o comportamientos de ambas partes, que propiciaron ese evento doloroso en nuestra vida, para darnos cuenta de que sólo tenemos una parte de responsabilidad. Y algo muy importante: no evaluemos el pasado desde los ojos, la experiencia y la madurez del presente, ya que en aquel momento hicimos lo mejor que pudimos, usamos las únicas herramientas de que disponíamos entonces.
Para dejar de sentir culpa, el cual es un sentimiento muy difícil de tolerar, inconscientemente nos movemos hacia otra etapa en la que nos ubicamos en el papel de la víctima; así volcamos toda la responsabilidad de lo sucedido en el otro. Pensamos y expresamos aseveraciones como: “me hizo, pobre de mí, yo que siempre me porté tan bien, me trató o me trata tan mal,” etc.. La actitud de víctima es tan cómoda que hasta puede resultar peligrosa, ya que podemos quedarnos años o el resto de la vida atorados en esa etapa, donde todos tienen la culpa menos yo, donde todos son responsables de mi vida y mis sentimientos, excepto yo. Por supuesto la víctima no es feliz y vive una constante sensación de vulnerabilidad y baja autoestima.
Para salir de ésta postura de víctima, es necesario confrontarnos decididamente a nosotros mismos de manera que cada vez que nos oímos quejándonos de lo que nos pasa, preguntémonos: ¿y por qué sigo soportando esto? ¿Por qué sigo en ésta relación de pareja donde sufro tanto? ¿Por qué no renuncio a este empleo y busco uno que me satisfaga? ¿Por qué sigo permitiendo tal o cual abuso o maltrato? Respóndete muy honestamente, y tal vez encontrarás respuestas como: “sigo en ésta relación porque no me puedo mantener sola o porque tengo miedo de vivir sólo o por cuidar una imagen social. O soporto éste abuso porque no me atrevo a poner límites, o porque no quiero perder la futura herencia, o para que digan que soy muy buena/o, o por simple flojera y comodidad”.
Entonces te darás cuenta de que simplemente estás pagando un precio a cambio de lo que esa situación te proporciona, o dicho de otra forma, estás soportando eso porque encuentras ganancias convenientes para ti. Y entonces ¿por qué te quejas? La verdad es que tampoco somos ningunos inocentes: también herimos al otro y de muchas formas nos cobramos las “facturas” que nos debe. Créeme, mientras no dejamos de sentirnos víctimas no podemos perdonar y vivir en paz.
Al dejar la etapa de víctima, seguramente tendremos que entrar en contacto con uno de los sentimientos más inaceptables socialmente: la ira. ¡Es tan difícil reconocer: “tengo mucho rencor hacia mi madre, pareja, hijo o hermano”!, pero si somos tan valientes para aceptarlo, entonces podremos trabajar con nuestra ira para liberarla, haciendo cosas como escribir cartas, -todas las que sean necesarias- dirigidas a la persona con la cual estamos resentidos, y que por supuesto no le vamos a entregar. En ellas le permitiremos a esa parte nuestra tan dolida y resentida, desahogarse, expresar todos sus reclamos, todo su dolor, toda su ira, y después de horas, días, semanas o meses, cuando estemos listos para hacerlo, quemaremos las cartas dejando ir esos sentimientos que tanto estorban a la felicidad. También es muy útil buscar ayuda profesional para liberarnos de la ira y todos los sentimientos insanos involucrados en esta vivencia.
Esto funciona, y después de algún tiempo comenzaremos a ver la luz; notaremos que aquellos sentimientos tan intensos y abrumadores se han diluido, o por lo menos han bajado de intensidad. Entonces estamos listos para rescatar todo lo bueno que esa experiencia nos dejó, para reconocer cómo gracias a ella nos fortalecimos, aprendimos, maduramos, crecimos.
Ese incidente sucedió, lo viviste de la mejor manera que pudiste; te causó dolor, pero tú tienes la alternativa de utilizar esa experiencia para aprender y crecer o para llenarte de amargura y rencor, la decisión es tuya. Y quien elige la primera opción puede comprender las palabras de Viktor Frankl cuando expresó: “sólo existe el perdón, cuando te das cuenta de que en realidad no tienes nada que perdonar”.